miércoles, 25 de junio de 2008

MI PRIMER ORGULLO


ESTE SÁBADO, DÍA 28 DE JUNIO A LAS 23h. CELEBRAREMOS CON VUESTRA ASISTENCIA EL "PRIMER ORGULLO EN LA FOIA". GAYS, BOLLOS, HETEROS Y CONFUNDIDOS: SOIS BIENVENIDOS!!!

jueves, 19 de junio de 2008

lunes, 16 de junio de 2008

Caipiroska DI FRAGOLA




Es una variante de la caipiroska hecha a base de fresas naturales ( planta del género Fragaria, nombre que se relaciona con la fragancia que possen).

La composicion es sencilla :

2 o 3 fresas
2 sobres de azucar
1/3 de vozka
Hielo pile hasta completar

Se prepara directamente en un vaso old-fashioned machacando las fresas con el azucar, a continuacion se le añade el hielo y por ultimo la vodka.

Se sirve con pajita y cuchara, es un cocktail dulce y muy vistoso.

jueves, 5 de junio de 2008

IGNATIUS






















Ignatius es un antihéroe. Sin embargo, no tiene el prestigio ni la apariencia de otros antihéroes: es un treintañero obeso y bigotudo, desagradable, inadaptado, egocéntrico, que tiene serios problemas intestinales y se siente aterrado por la gente, por sus vecinos, por el trabajo, por la sociedad entera. Vive en Nueva Orleans con su madre, una anciana estrafalaria aficionada a los bolos y con una acusada querencia hacia las bebidas alcohólicas.

Ignatius es, claro, Ignatius J. Reilly, uno de los más memorables personajes del censo literario de todos los tiempos y el omnipresente protagonista de “La conjura de los necios”, la novela de John Kennedy Toole que toma su título de esta cita de Jonathan Swift: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

E Ignatius J. Reilly es, a su modo, un genio. A ratos repugnante, si se quiere; infantiloide, caprichoso y desquiciado, pero un genio que lucha por lograr un mundo mejor desde el ámbito reducido e inmundo de su habitación.

Medievalista en paro, vive en una época que no es la suya y en la que, según él, brillan por su ausencia la Teología, la Geometría, el Buen Gusto y la Decencia. Añora tanto el oscurantismo de la Edad Media como la organización de aquella sociedad, y escribe su ideario político-religioso en decenas de cuadernos “Gran Jefe” que esparce por su habitación con intención de recopilarlos un día y asombrar al mundo con la publicación de su gran obra maestra.

No obstante, se verá arrastrado cruelmente a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía borracha. Forzado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, irá conociendo a una multitud de personajes disparatados a los que el autor retrata con una mezcla de comicidad y amargura que acaba siendo angustiosamente real.

Ignatius J. Reilly es ya un clásico, un personaje construido magistralmente, hasta el punto de tener una estatua propia en la calle Iberville 800 de Nueva Orleans, ciudad natal del autor.

John Kennedy Toole se suicidó en 1969 porque su novela fue rechazada por una editorial tras otra. Tenía 31 años. Gracias al incansable peregrinar de su madre, Thelma Ducoing, y al ojo crítico del periodista Walker Percy, el texto se publicó en 1980, once años después. La reacción de los críticos fue unánime, y en 1981 ganó el premio Pulitzer.

“La conjura de los necios” es una novela desternillante y mordaz, un fresco social que caricaturiza lo cotidiano hasta extremos delirantes y provoca carcajadas con inquietante regusto amargo. Un libro de culto, ácido e insolente, tan genial como imprescindible.


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En un raro quietismo,
cuando el alma en reposo no sosiega,
salíme de mí mismo,
y el ánima andariega
no sé si fuese a Suecia o a Noruega.

(Jorge Llopis, “Las mil peores poesías de la lengua castellana”)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES








Y volviéndose a Sancho, le dijo:
─Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
─¡Ay! ─respondió Sancho llorando─. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver.

(Miguel de Cervantes: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, II, LXXIV)