jueves, 18 de diciembre de 2008

LAS BENÉVOLAS Libros no Electrónicos por Temperado




















LAS BENÉVOLAS


Hay que ser muy chulo para marcarse un libro de casi mil páginas sobre algo tan recurrente como el nazismo o el Holocausto, ganar el Premio Goncourt y ni molestarse en ir a recogerlo.

Estas palabras servían de introducción a la entrevista que Jesús Ruiz Mantilla le hizo a Jonathan Littell en octubre del 2007 para El País. De Littell, en efecto, se ha dicho que es raro, que anda muy sobrado, que hace gala a menudo de cierta suficiencia y de un escasamente disimulado aire de superioridad. Es posible que así sea y, en todo caso, cada quién es cada quién y no hay nada que objetar... salvo quizás el propio convencimiento de que en literatura no es chulo quien quiere, sino quien puede. Y, desde luego, Jonathan Littell ha demostrado con Las Benévolas que puede, y mucho.

La obra está escrita en francés, idioma que el autor considera su segunda lengua materna (sus padres emigraron a Francia cuando él tenía sólo tres años), y según ha declarado, le supuso un trabajo documental llevado a cabo durante más de cuatro años, aunque la redacción de sus casi mil páginas la realizó en dieciséis semanas.

Galardonada en 2006 con el Premio Goncourt y con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Las Benévolas (Les Bienveillantes, en francés) nace, según su autor, del intento de desentrañar la naturaleza de algo tan escalofriante, tan complejo y tan recurrente en la historia del mundo como el crimen de Estado. El nazismo es sólo una manifestación de este hecho; quizá la más conocida y una de las más estudiadas, pero desde luego no la única ni, por desgracia, la última.

En todo caso, la novela se centra en el nazismo y aborda el Holocausto desde la mirada de Maximilian Aue, un oficial de las SS que consiguió huir de Alemania al acabar la II Guerra Mundial. Excepto en su primer capítulo, que por diversas referencias podemos situar alrededor de los años 60 y que oficia de paradójica introducción a posteriori, la acción se desarrolla entre junio de 1941 y abril de 1945, es decir, durante la campaña rusa. El mismo Littell declara: Lo que fue el gran meollo de la guerra ocurrió en el Este. Yo, que me crié en Francia, sé que se le ha dado mucha importancia a la ocupación, la Resistencia y todo eso, pero no deja de ser poco más que un escaparate frente a lo que fue el enfrentamiento entre los soviéticos y los alemanes. Eso fue la esencia de la guerra.

Curiosamente, Jonathan Littell (Nueva York, 1967), que intentó por dos veces y sin éxito obtener la nacionalidad francesa en 2006, acabó consiguiéndola el 8 de marzo de 2007 gracias a esta novela y a su contribución a la brillantez de Francia.

Las Benévolas se estructura en largos capítulos (excepto el primero) que llevan el título de aires musicales propios del Barroco francés, de cuyos compositores (Rameau, Couperin, Lully) es un apasionado entusiasta Max Aue, el protagonista. Éste se nos presenta como un personaje complejo: culto treintañero, francoalemán de Alsacia, lector de Flaubert, es un homosexual discreto pero fogoso, con bastantes traumas infantiles, no pocos secretos ocultos y demasiados crímenes a sus espaldas.

Perfectamente consciente de lo que está viendo y viviendo en esos cuatro largos años, nos llevará del Cáucaso a Stalingrado, de Berlín al sur de Francia, de Auschwitz a Dachau, y en su relato irá mezclando los avatares de la guerra con detalles de su historia personal, algunos muy determinantes, como la incestuosa relación que mantiene con su hermana Una.

Aue participa en la masacre de judíos en Kiev, supervisa la organización de Auschwitz y no tiene reparos en contar los problemas que tuvo que afrontar para resolver las dificultades de orden logístico, técnico y psicológico que planteaba la industrialización del asesinato.

Gracias a su posición de privilegio, contemplamos a través de sus ojos un fresco histórico de gran amplitud, por el que desfilan centenares de personajes reales, como los principales jerarcas nazis: Heydrich, Eichmann, Himmler, Bormann, Kaltenbrunner, Frank, el propio Hitler (en una esperpéntica y divertida escena a escasas páginas del final), Albert Speer, Goebbels; y también ficticios: el lingüista con el que debate; un prisionero y comisario político comunista; muy verosímiles unos (su amigo Thomas, por ejemplo), otros muy peculiares (los dos inspectores de policía que lo persiguen y acosan), e incluso algunos sumamente inquietantes, como los poderosos financieros industriales que promueven y justifican los asesinatos de judíos.

Desde su publicación en 2006, Las Benévolas ha suscitado opiniones encontradas, tanto por su forma como por las valoraciones que de ella se han dado. Sobre todo, se achaca a la novela su excesiva longitud (Alejandro Gándara comentaba en tono jocoso que era imposible demostrar que se había leído si no había un juramento de por medio), se acusa a Littell de dar rienda suelta a una logorrea casi sin fin, con capítulos inmensos, secuencias larguísimas, en ocasiones con escasos puntos y aparte, que no facilitan la lectura en ningún momento al lector incauto o desprevenido. Si a ello añadimos que se muestra excesivamente gráfico en algunos momentos, sin ahorrarse crudezas, horrores ni escatologías, que abusa de la jerga militar alemana y que da por sobreentendidos muchos conceptos (algunos no aclarados en el útil pero insuficiente glosario final), es evidente que se trata de un libro que puede desmoralizar a más de uno. Se ha dicho que le sobran muchas páginas, pero el autor, al preguntarle en la entrevista antes citada si no pensaba que su trabajo a lo mejor resultaba apabullante, contestó: Mire, es lo que tiene que ser...

Con todo, el libro engancha casi desde el principio, aunque ciertamente existe el riesgo de que ciertos pasajes se le atraganten a uno. Creo que esos obstáculos no hacen sino aumentar el gozo que se siente al lograr, al fin, tomar la plaza culminando la lectura. En definitiva, la novela, dura y sin contemplaciones, es soberbia, excelente, y de un calado y una ambición que quedan asombrosamente patentes si la comparamos con otras novelas “de guerra” o “de nazis”, a las que relega poco menos que a la categoría de meras anécdotas o simples episodios de aquellos viejos y recordados tebeos de “Hazañas Bélicas”.

Una última observación sobre el título, que hace referencia a las Erinias, las tres personificaciones femeninas de la venganza que, en la mitología griega, perseguían a los culpables de ciertos crímenes: era tal el temor que suscitaban, y tan cruel su forma de actuar a la hora de vengar los delitos de sangre, que los griegos evitaban llamarlas por su nombre y utilizaban la antífrasis de Euménides (Benévolas) para referirse a ellas sin despertar su ira. Al acabar de leer la novela, se entiende que Littell la haya titulado así, aunque las Benévolas no aparezcan más que evocadas en la última frase del libro.



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Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios está con los malos
cuando son más que los buenos.

(Coplilla popular castellana)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


(Julio Cortázar: Rayuela, cap. 68)