martes, 24 de noviembre de 2009

CAMBALACHE

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

CABALERAS,OS.

DICESE DE TODA PERSONA, ANIMAL, VEGETAL O COSA QUE HA HABITADO, HABITA O HABITARÁ EN ALGÚN MOMENTO LA CÁBALA.

martes, 28 de julio de 2009

jueves, 4 de junio de 2009

EXPOSICION "CEERRE" -La policia no es tonta y yo tengo la negra-

"LA POLICIA NO ES TONTA Y YO TENGO LA NEGRA"

Primera exposicion individual de CEERRE (ilustrador y productor musical). Esta muestra se puede visitar en La Cábala Café todo el mes de junio.

Recoje su proyecto final de ilustracion, basado en los siete pecados capitales ( "Vicios Modernos"), aparte de una selección de obras de estilo similar.

Ceerre es un escritor de graffiti, además de ilustrador, nacido en Alcoy en 1988. Sus inicios en el graffiti se remontan a principio de esta década. Recientemente ha cursado el módulo superior de ilustración en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Alcoy, finalizando el cíclo este mismo año.

Su obra se nutre de una inevitable influencia del graffiti más espontáneo y callejero, y de una línea que evoca a una era donde los comics eran solo de tinta.




(si quieres ver más pincha AQUI)



miércoles, 3 de junio de 2009

BENEDETTI por TEMPERADO




BENEDETTI


Cuando algunos lectores nombran a don Mario, puede que se refieran a Mario Vargas Llosa. En mi caso, nunca ha sido así ni, con todo el respeto que merece el gran novelista peruano, lo será nunca. Don Mario, “mi” don Mario es, claro, Mario Benedetti.

El uso del posesivo no implica presunción, ni tampoco afán de posesión alguno. Al contrario, creo que Benedetti tiene la habilidad de lograr que cada uno de sus lectores tenga “su” don Mario, “su” Benedetti particular, convertido en buen amigo, en “amigo del alma” a fuerza de dar en sus poemas la impresión de conocer nuestros sentimientos, nuestra intimidad, desde mucho tiempo atrás.

Este uruguayo de la llamada Generación del 45, cuya vida, según él mismo confesó, no fue fácil, que sufrió un duro exilio de diez años (1973-1983), que hubo de soportar la muerte de su mujer, Luz, tras sesenta años de matrimonio y que repartió sus últimos años a caballo de su asma entre Madrid y Montevideo, falleció en esta última ciudad el pasado 17 de mayo (día de San Pascual Bailón, como referencia ibense, y día de la Reforma Agraria y del Campesinado en Cuba, donde estuvo exiliado en 1976).

Don Mario se nos ha muerto, pero no se ha ido. No se nos ha ido. Si aciertan quienes dicen que nadie muere del todo en tanto alguien lo recuerde, Benedetti seguirá vivo durante siglos. No creo que sea exagerar. Seguirá vivo por su honradez, por su honestidad, por su compromiso social y político. Seguirá vivo por su prolífica obra, traducida a más de veinte idiomas y reconocida con múltiples galardones y premios.

Pero sobre todo seguirá vivo por su humanidad, por su bonhomía, por su cercana calidez. Por haberse convertido en el poeta del amor para miles de jóvenes que sabían y saben sus poemas de memoria, que los anotan en carpetas escolares y los recitan en charlas con sus amigos o los susurran al oído de sus novias, que también los conocen. Ese Benedetti de lo cotidiano, cuya poesía coloquial se nos acerca con franqueza e incluso a veces con timidez, el Benedetti del humor cómplice y de la ternura que sabe hurgar en los adentros, ése quizás no llegue a morir nunca.





Al iniciar la andadura de estos “Libros no electrónicos” afirmamos que ésta era una sección de libros en la que no se recomendaban libros. Así ha sido hasta ahora: se ha hablado de libros, pero sin recomendar explícitamente ninguno de ellos. Seguiremos así, aunque hoy, como homenaje, y aun a riesgo de resultar entrometidos, sí queremos hacer una recomendación fervorosa: lean a Benedetti, vean a Benedetti, escuchen a Benedetti... compartan un rato de su vida con Benedetti. Y ahora viene el tópico (aunque ya se sabe que los tópicos existen para ser desnudados): háganse ese favor; no se arrepentirán. Da igual el título del libro que escojan, da igual un libro entero que un fragmento, lo mismo da la prosa que la poesía.
Den “Gracias por el fuego”, vean a Héctor Alterio en “La tregua”, constaten con Serrat que “El sur también existe”, canten con Nacha Guevara los “Poemas de la oficina”, escúchenlo “A dos voces” con Viglietti, lean un cuento (“La noche de los feos”) o un poema en voz alta (“Viceversa”, “No te salves”, “Nuevo canal interoceánico”).

Y si les da pereza (que no creo), recalen en el breve Benedetti de las citas ("Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo.") o de los haikus
("Me gustaríamirar todo de lejospero contigo.")



* * * * *




Se nos murió don Mario.
¡Pucha! digo...
y quedamos
jodidos y radiantes.

M.





* * * * *



ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES




LINGÜISTAS


Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.


De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:


—¡Qué sintagma!

—¡Qué polisemia!

—¡Qué significante!

—¡Qué diacronía!

—¡Qué exemplar ceterorum!

—¡Qué Zungenspitze!

—¡Qué morfema!


La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: "Cosita linda".


Mario Benedetti (“Despistes y franquezas”, 1989)

martes, 5 de mayo de 2009

centuria






















MANGANELLI


«El grito se oyó repentinamente en toda la aldea, y por lo que después se supo fue oído con similar intensidad en cualquier punto, incluso en las viviendas periféricas. Lo oyó también, claramente, un carpintero casi sordo; lo oyó un forastero que pasaba en bicicleta, y que se detuvo con la sangre congelada. El grito fue descrito posteriormente por los que lo habían oído: todos coincidían en el hecho de que expresaba profunda desolación, tal vez desesperación, y que podía ser el grito de alguien en inminente peligro de muerte, amenazado tal vez por un cruel asesino. A todos sorprendió la intensidad del grito y la sensación de que todos lo hubieran oído con singular nitidez; alguien aventuró la hipótesis de que no se había tratado de un solo grito, sino de varios gritos, procedentes simultáneamente de diferentes partes. Cuando el momento de angustia quedó mínimamente atrás, algunos de los aldeanos comenzaron a buscar por el pueblo, y se celebró en la iglesia una especie de asamblea, para descubrir si faltaba alguien: pero nadie faltaba, salvo un estudiante que ahora vivía en la ciudad, y un anciano ingresado desde hacía unos días en el hospital de un pueblo cercano. Alguien habló de fantasmas, de orcos, de fieras; pero aquélla no era tierra de fieras, y en orcos y en fantasmas no creían ya ni los niños. Fueron registradas todas las casas abandonadas, los lugares desiertos; enviaron perros por los alrededores, sin que mostraran ningún indicio de anormalidad. Hubo quienes llegaron hasta las afueras, y buscaron en los bosques, e incluso examinaron el lecho de un modesto arroyo. A última hora de la tarde, la agitación comenzó a calmarse; los hombres regresaban confirmando que no había señales de nada excepcional, y ninguna indicación de acontecimientos anormales. Permaneció una vaga inquietud, pero al atardecer los niños volvieron a jugar por las calles. Grupos de aldeanos recorrieron las calles del pueblo, después se cansaron y volvieron a casa. Las seis parejas reconocidas de novios se encontraron con tierna aprensión. La cena se desarrolló con tranquilidad, y le siguió una velada tibia y serena. Gradualmente, el grito se había convertido en un recuerdo terrible pero que ya no era posible revivir. ¿Terrible? Tal vez sólo una extrañeza totalmente natural: muchos ya habían olvidado que aquel grito tenía una voz. Al comienzo de la noche, se apagaron las luces, se cerraron las ventanas. Nadie sabía, en aquel momento, que en el corazón de la noche, exactamente a las dos y cuarto, el grito se repetiría.»


(Traducción de Joaquín Jordá)




El texto precedente es una de las historias (concretamente la número setenta y tres) que componen “Centuria”, un libro que lleva el subtítulo de “Cien breves novelas-río”, publicado en 1979 y escrito por el italiano Giorgio Manganelli.

Escritor y periodista milanés, Manganelli, uno de los autores más originales, heterodoxos e inclasificables de la narrativa italiana actual, falleció en 1990 en Roma a los 68 años de edad, a causa de un infarto. Poseedor, según algunos críticos, de un “estrepitoso talento”, su prestigio internacional se ha ido agigantando progresivamente en los últimos años. A este hecho contribuyó en gran manera la aparición póstuma de su novela “La ciénaga definitiva”, una obra muy breve, pero densa y de difícil lectura, que en España recibió excelentes críticas, por parte sobre todo de Félix de Azúa, que la recomendó encarecidamente en su columna.

En uno de sus libros —“La letteratura come menzogna” (1967), no traducido al castellano— exponía Manganelli su teoría de que «la ficción literaria es una sublime mentira, un instrumento de provocación y de mistificación que sirve para enriquecer y transformar la existencia». El protagonista de todas sus obras es ante todo el propio lenguaje, desarrollado en una prosa barroca y riquísima, difícil pero rigurosa y absorbente.

Estilista implacable y de una imaginación desbordante, hombre de profunda cultura y declarado admirador de Quevedo, Giorgio Manganelli tenía un extraordinario sentido del humor. En su libro “A los dioses ulteriores” incluyó su ya célebre “Discurso sobre la dificultad de comunicar con los muertos”.

“Centuria”, galardonado con el Premio Viareggio, es su libro más popular y asequible, y fue el primero en traducirse a otros idiomas. Nació, según el propio autor, de un ejercicio de escritura: frente a un simple paquete de folios A4, decidió comenzar a escribir poniéndose como límite el borde del folio, pero dando rienda suelta a toda su potencia narrativa. El resultado: un libro que, en palabras del propio Manganelli, "abarca en breve espacio una vasta y amena biblioteca". Un libro intenso y brusco, sutil e irónico, imprevisible y cínico, en el que se dan cita fantasmas y unicornios, burgueses y bandidos, dragones, hadas, asesinos, piratas... en un festival de universos y estereotipos narrativos reelaborados y vueltos a proponer tras darles la vuelta como a un calcetín. En definitiva, todo un banquete literario para cualquier lector.




* * * * *




¿Bartolo no se casó
con Catalina, y parió
a seis meses no cabales?
Y andaba con gran placer
diciendo: «¡Si tú lo vieses... !
Lo que otra hace en nueve meses,
hace en cinco mi mujer.»


(Pedro Calderón de la Barca)




* * * * *




ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES


¡Qué lejano le parecía el baile! ¿Quién era el que colocaba a tanta distancia la mañana de anteayer y la noche de hoy? Su viaje a la Vaubyessard había abierto una brecha en su existencia, de la misma manera que la tempestad, en una noche, forma profundas simas en las montañas.
Pero había que resignarse; guardó cuidadosamente en la cómoda su traje, incluso los zapatos de satén, cuyas suelas amarilleaban de la cera que habían pisado.
Su corazón también estaba como ellos: el roce de la riqueza había dejado una huella que no se borraría.
Para Emma fue una constante preocupación el recuerdo de aquel baile. Todas las semanas, al llegar el miércoles se decía al despertar: «Hoy hace ocho días...» «Hoy hace quince...» «Ya hace tres semanas...» Y poco a poco las fisonomías fueron confundiéndose en su memoria, olvidó la música de las contradanzas, no pudo ver ya distintamente las libreas y las habitaciones: algunos detalles desaparecieron; pero la nostalgia permaneció.




(Gustave Flaubert: “Madame Bovary”, I - cap. VIII)

(Traducción de Salvador Clotas)

domingo, 29 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

LA VISITA DE LA VIEJA DAMA. Libros no Electrónicos por Temperado



Estamos en Güllen, un pequeño pueblo centroeuropeo que antaño conoció mejores tiempos, pero que ahora (no hay más que ver el estado ruinoso de la fachada de su estación de ferrocarril) se encuentra en plena decadencia. No obstante, todos sus habitantes aguardan esperanzados la llegada de Clara Zachanassian, una excéntrica millonaria que creció en Güllen y que tuvo que abandonar el pueblo cuarenta y cinco años atrás, cuando aún era solamente Clarita Wascher. Ahora, sus arruinados paisanos esperan conmoverla y que desembolse sus millones para ayudarlos a salir de la bancarrota.

Tras recibir la adulación de los güllenses y evocar su pasado charlando con las fuerzas vivas, Clara sorprende a todo el mundo con una oferta increíble: regalará a Güllen mil millones; quinientos para la ciudad, y quinientos más para repartirlos entre las familias que viven en ella. Únicamente pone una condición para hacer efectivo su ofrecimiento: con esos millones quiere comprar la Justicia.

Cuarenta y cinco años atrás, Clarita Wascher presentó una demanda de paternidad contra Alfred Ill, el padre del hijo que esperaba. Alfred sobornó a dos falsos testigos, y una injusta sentencia lo absolvió. Clara, abandonada y encinta, se fue de Güllen. Un año más tarde, su hijo murió y ella se convirtió en una prostituta. Trabajaba en un burdel de Hamburgo cuando Zachanassian, el viejo millonario armenio, la sacó de allí para casarse con ella.

Ahora, transcurrido casi medio siglo, Clara Zachanassian repite su aterradora oferta ante el escándalo de sus antiguos conciudadanos: mil millones para Gullen si alguien mata a Alfred Ill.

Éste es el planteamiento de “La visita de la vieja dama”, la tragicomedia en tres actos escrita por el suizo Friedrich Dürrenmatt en 1955 y estrenada en Zurich al año siguiente. Desde entonces ha sido traducida a innumerables idiomas y se ha representado en muchos países. Es, junto con “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, una de las obras teatrales más famosas del siglo XX. Se han hecho de ella hasta siete versiones cinematográficas entre 1959 y 1996 (la más famosa quizá sea la dirigida por Bernhard Wicki en 1964, con Ingrid Bergman y Anthony Quinn como protagonistas), e incluso sirvió de argumento, con su mismo título, para una ópera de Gottfried von Einem.

Esta impresionante obra revela la desvalida y frágil posición del hombre vulgar ante el poder de lo absoluto, ese poder que cuando irrumpe de verdad en un ámbito (como lo hace la vieja dama en Güllen) es capaz de dinamitar la solidaridad, de embotar la piedad, de invertir cualquier orden moral vigente.

Nadie en Güllen podrá esquivar el huracán de envidias, remordimientos, egoísmos, iniquidades, coartadas, hipocresías, culpas, venganzas, rencores que la visita de ese poder desencadena. Ni siquiera el maestro del pueblo, el único que entre el general entusiasmo que provocó la llegada de Clara quedó espantado al parecerle ver en ella la encarnación de una diosa del destino fatal.

El autor escribió “La visita de la vieja dama” como un complejo alegato moral. Su crítica implacable hacia las actitudes inicuas e hipócritas que mantienen los lastimosos habitantes de Güllen está revestida de cínica ambigüedad y de una brutal ironía que poco a poco nos envuelve en una maraña de injusticias, justificaciones, principios morales aparentemente sólidos y dilemas éticos que en los primeros momentos parecen ajenos, pero que luego vamos viendo que es imposible que se refieran exclusivamente a los güllenses. La obra no los fustiga sólo a ellos. También implica al lector o al espectador, a nosotros, a todos nosotros, incluido el mismo Dürrenmatt, que llegó a declarar: “esta historia ha sido escrita por alguien que en modo alguno se distancia de esos personajes y no está muy seguro de que no acabaría actuando como ellos”.

Es una confesión valiente, y seguramente difícil de hacer. Pero es que no es fácil salir impoluto de las salpicaduras morales de esta obra.
Se puede y seguramente se debe estar en contra de la venganza y a favor de la justicia, pero el asunto se complica si la venganza se convierte en una convicción de justicia concebida como un absoluto; al fin y al cabo, las actitudes represoras justifican el derecho, y viceversa... ¿o quizá no?
¿Puede una injusticia considerarse reparada por otra injusticia mayor? ¿Las injusticias pueden prescribir, o no? Es más, ¿deben prescribir, o no?
Naturalmente, se necesitan valores morales y principios éticos firmes a los que agarrarnos para poder vivir con dignidad, pero a veces no es lo mismo luchar por los principios que vivir de acuerdo con ellos... ¿o sí debería serlo?
La falta de principios produce acciones inmorales, pero aferrarse a ellos “caiga quien caiga” puede llevar a un fundamentalismo que también las produzca. ¿Se puede establecer en este ámbito un ponderado término medio?

Friedrich Dürrenmatt, consciente de estos interrogantes y de las interpretaciones diversas y quizá polémicas que podría suscitar su obra, creyó prudente advertir a su público:
“La visita de la vieja dama” es una obra perversa que, por tanto, no debe ser interpretada con perversidad.

Sigamos o no el consejo de su autor, lo evidente es que la vieja dama no visita impunemente, y que esta obra capital del teatro del siglo XX puede provocar en cada lector o espectador reacciones distintas, desde la incomodidad a la indignación, pero a buen seguro no dejará indiferente a nadie.






* * * * *


¡Ah, ciego, que era advertido
aquel ciego de Santiago!
Veinte hijos llegó a tener
con las mujeres del pago.

El curita le decía
que no hiciera tanto estrago,
y contestaba el cieguito:
«Padre, no veo lo que hago»

(“El cieguito”, chacarera interpretada por Jorge Cafrune)


* * * * *


ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES


Sobre el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento no mostraba tendencia a esquivarlo desplazándose hacia el norte. Las isotermas y las isóteras cumplían su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura media anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. La salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, del anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.


(Robert Musil: “El hombre sin atributos”)

(Traducción de José M. Sáenz)

domingo, 1 de marzo de 2009

Sant Patrick`s 2009

HOLA CABALIERIS, COMO CADA AÑO CELEBRAMOS EN ESTA TABERNA EL DÍA DE SAN PATRICIO( PATRÓN DE IRLANDA Y DE NUESTRA MUY PRECIADA CERVEZA ) .
PARA ESTE DÍA TENEMOS PREPARADO UN SIN FIN Y UN SIFÓN DE REGALOS Y SORPRESAS ADEMÁS DE PRECIOS POPULARES.EL SARAO COMENZARA SOBRE LAS 20:00 HORAS.
Un saludo y feliz st Patrick´s .
--
LA CÁBALA CAFÉ
C/ Paca guillem, 12
03440 - IBI - Alicante

domingo, 22 de febrero de 2009

CARNAVAL 2009

COMO ESTABA LA CABALA?


ABARROTAAAAAAA!!!!!

Cabaleros, ya podeis disfrutar de las fotos de carnaval

jueves, 5 de febrero de 2009

MAUS

MAUS


“Maus” es una novela gráfica, es decir, lo que antes llamaba todo el mundo “tebeo” y ahora todo el mundo llama “cómic”. Quizás a alguien le sorprenda ver en esta sección una obra de ese tipo, y personalmente no tengo reparo alguno en confesar que en la actualidad no soy lo que se dice un adicto al género, que dejé de frecuentar hace ya demasiados años. Pero es que “Maus” es otra cosa. Los que saben de esto dicen que marcó un antes y un después en el mundo del cómic, hasta el punto de ser la primera y hasta ahora única novela gráfica que ha conseguido un Premio Pulitzer, en 1992.

En España se publicó en 1989 sólo la primera parte, titulada “Mi padre sangra historia” (Norma Editorial y Muchnik Editores). Tuvieron que pasar doce años para que se publicara la obra completa en un volumen que incluía también la inédita segunda parte, titulada “Y aquí comenzaron mis problemas” (Planeta-DeAgostini, diciembre 2001). Después la ha publicado Random House Mondadori (junio 2007) en una edición que mejora claramente la calidad de reproducción de la anterior.

No es fácil resumir lo que “Maus” cuenta, y creo que es imposible transmitir lo que se siente al leerlo; ello se debe, en mi opinión a dos factores: su forma de novela gráfica y la genialidad de Art Spiegelman, el autor, a la hora de utilizar múltiples recursos, tanto en la realización de las imágenes como en la estructura narrativa del libro.

Art quiere dibujar un libro sobre la vida de su padre, el judío polaco Vladek Spiegelman. Le hace visitas a menudo y graba sus conversaciones con él para documentarse. El padre, en un inglés defectuoso que delata su origen (y que la traducción ha respetado convirtiéndolo en un uso del español que confunde preposiciones y tiempos verbales), le va contando su vida en Polonia y sus vivencias de la guerra, primero en el frente y después en el campo de concentración de Austchwitz, donde fue recluido.

Pero el libro, y ésa es una genialidad de Spiegelman, no recogerá sólo las vivencias del padre, sino que relatará también el proceso de su propia elaboración situando al lector en dos planos distintos, tanto temporales como espaciales. De este modo, se van entrelazando las imágenes evocadas por Vladek (vida en Polonia, noviazgo y matrimonio con Anja, la guerra, el “ghetto”, Auschwitz) con las de Rego Park, la zona de Nueva York en la que vive el anciano Vladek en la época en la que su hijo va conversando con él. Así conocemos también la historia íntima de la familia Spiegelman y asistimos a los sentimientos encontrados del autor con respecto a su padre, que por un lado es el Vladek de la guerra (joven, luchador, hábil para sobrevivir) y por otro el Vladek actual (avaro, tacaño, acaparador, racista, todo un estereotipo de judío, como llega a calificarlo el propio autor).

La mezcla de ambas historias se entreteje tan perfectamente, que las viñetas de una narración interrumpen el flujo de la otra, como corresponde a lo que en el fondo es un relato oral. A medida que el lector se ve inmerso en ellas, acaba por no estar seguro de cuál le interesa más: si el documento trágico sobre el Holocausto, o la crónica del hijo que aspira a comprender a su padre; si las terribles circunstancias históricas, o la sombra de una madre suicida y del fantasma de un hermano santificado al que el autor nunca conoció; si la reflexión sobre los que murieron y los que sobrevivieron, o el intento de superar un abismo generacional provocado por algo más que la edad.

Otra genialidad de Spiegelman, sin duda la principal, es su decisión de dibujar a los personajes como animales antropomórficos. Sin trivializar en absoluto el desarrollo del tema, utiliza ratones para representar a los judíos; gatos, para los alemanes; cerdos, para los polacos; ranas, para los franceses; peces, para los ingleses; ciervos, para los suecos; y perros, para los estadounidenses. La elección es deliberada, una metáfora sobre la ratonera en que se convirtió la Polonia ocupada para los judíos, y cómo se sintieron traicionados por el resto de los polacos.

Hay que mencionar también que el autor fue transformando los dibujos de “Maus”, que en sus primeros borradores eran bastante perfeccionistas y cuidados en el detalle, hasta dejarlos en un acabado de trazo muy sobrio, casi meramente funcional, para que la atención a los dibujos no disminuya la fuerza del relato.

En la segunda parte de la obra, queda patente otra dualidad: Art Spiegelman es ya, además del hijo y cronista de Vladek, el autor de un famoso cómic titulado “Maus” que relataba las vivencias de su padre. Y realmente no sabe ni si era eso lo que quería, ni qué sentido tiene el haber obtenido el éxito relatando una tragedia atroz e incomprensible. Entonces, usando otro recurso genial, se dibuja a sí mismo como un ser humano que lleva una careta de ratón mientras trabaja. Una imagen que nos dice más sobre sus contradictorios sentimientos de lo que podrían expresar numerosas páginas de explicaciones, y que reafirma al sorprendido lector en lo que a esas alturas del libro ya venía sin duda comprobando: que “Maus” es una verdadera obra maestra del cómic y de la literatura, “un libro que no se puede dejar de leer, ni siquiera para ir a dormir”, como declaró Umberto Eco tras su lectura.




* * * * *



Cuentan que, cuando a dedo fue elegido
gobernador en plena dictadura,
declaró el prócer, enorgullecido:
“Mi obra será lenta, pero dura”.
Y el pueblo, agradecido y con holgura,
le llamó en adelante “El Estreñido”.


(Adaptación en verso de una anécdota citada por Manuel Talens.)



* * * * *






ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES


He regresado, atravesado el zaguán y miro en torno. Es el viejo cortijo de mi padre. El charco en medio. Objetos viejos e inservibles entremezclados cierran el paso hacia la escalera del granero. El gato acecha desde la baranda. Un trapo desgarrado, atado alguna vez a una barra, mientras alguien jugaba, se agita al viento. He llegado. ¿Quién habrá de recibirme? ¿Quién espera detrás de la puerta de la cocina? La chimenea humea, están preparando el café para la cena. ¿Sientes la intimidad, te encuentras como en tu casa? No lo sé, no estoy seguro. La casa de mi padre es, pero todos están el uno junto al otro, fríamente, como si estuviesen ocupados en sus propios asuntos, que en parte he olvidado y en parte no he conocido jamás. [...]

(Franz Kafka: “Regreso al hogar”)

(Traducción de Alejandro Ruiz Guiñazú)





jueves, 1 de enero de 2009

RABOS DE LAGARTIJA




















Es posible que, como dicen algunos, un escritor escriba siempre el mismo libro. E incluso puede ser que la citada afirmación se adecue más a Juan Marsé que a otros escritores, ya que nuestro reciente Premio Cervantes ha sabido crear un escenario habitual en el que desarrolla siempre sus viejos temas, aunque con patrones y técnicas narrativas diferentes en cada obra.

En “Rabos de lagartija”, la novela por la que recibió el Premio Nacional de la Crítica en el año 2000 y el Premio Nacional de Narrativa en el 2001, Marsé vuelve a ese barrio del Guinardó, en la Barcelona de posguerra, y nos enfrenta de nuevo a los inciertos límites entre el bien y el mal, a la tenue línea que separa el amor y el desamor, a la nebulosa frontera entre la verdad y la mentira.

Estamos en 1945, y nos habla un narrador insólito: un niño que todavía no ha nacido y que se comunica con su madre y su hermano. La madre, Rosa, es una maestra represaliada que trabaja como costurera y que está casada con Víctor Bartra, un rebelde de ideas libertarias que se encuentra huido y perseguido por la policía. Rosa recibe visitas del inspector Galván, el policía de la social encargado de averiguar el paradero de Víctor.

La situación personal de Rosa, llena de penurias y agravada por un embarazo complicado y por los problemas con su hijo David, un adolescente conflictivo de trece años, inspira al inspector una lástima que poco a poco se irá convirtiendo en amor hacia esa mujer que se enfrenta a las adversidades con una dignidad y una clase inusuales en el opresivo ambiente de pobreza en que vive.

David, el hijo adolescente de Rosa, es el otro personaje sobre el que recae gran parte del peso de la novela. Crece en una realidad hipócrita, deambulando por la calle, aferrado al amor que le profesa a su perro “Chispa” y a la amistad que le une a Paulino, un chico de tendencias homosexuales con el que comparte confidencias y una clara fascinación por el cine. Tales circunstancias le han hecho desarrollar un cinismo que pondrá de manifiesto sobre todo en su relación con el inspector Galván.

Con estos personajes que soportan como pueden su aureola de perdedores, no sólo de la guerra, sino también de su sitio en la Historia, inmersos en un tiempo yerto y cercados por la violencia institucional y la intransigencia política y moral, Marsé construye una narración agridulce, dura pero emotiva, ácida y sentimental a la vez. Y lo hace sin recurrir a maniqueísmos, esquivando los peligros del realismo social más simplón, para dejar claro que en la España franquista de la posguerra no hay en realidad ni héroes ni triunfadores, sino tan sólo víctimas.

El crítico Santos Sanz Villanueva escribió: “Los personajes andan tras una ilusión, una esperanza, alguna clase de sentido para su futuro. [...] Estas existencias perdidas en sus ensueños de felicidad ponen sobre el tapete el gran tema de la verdad y la mentira, al que alude la novela explícitamente un puñado de veces. El mundo no es otra cosa que una suma de engaños, la mentira se hace inevitable, y descubrir la verdad ─una verdad sin retoques que ponga en evidencia la mentira oficial─ tiene un precio.”

Un recurso narrativo característico de Juan Marsé tiene en esta novela un peso quizá mayor y más efectivo que en otras obras suyas: su excepcional oído para el lenguaje popular. La narración está sembrada de barbarismos (“me la refanfinfla”), de bromas lingüísticas (el maravilloso “cázame guerripa” del final) y verdaderos hallazgos del lenguaje jergal (“la bomba atomicia”), que producen diálogos muy cercanos y llenos de autenticidad.

En definitiva, “Rabos de lagartija” está impregnada de tristeza, como corresponde al entorno de opresión y miedo en que se desarrolla, pero Marsé sabe aderezarla con lirismo y una corriente de ternura soterrada, para convertirla en una gran novela de amor y desamor, de muerte y supervivencia.



* * * * *


Por cuestiones de matiz
la mente entre dudas llevo:
¿Cómo demonios se diz?
¿Se diz “Nuevo año feliz”?
¿Se diz “Feliz año nuevo”?


(En cualquier caso, que se nos cumpla el deseo a todos)

* * * * *

ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Ella mantuvo la cabeza inclinada como en un saludo, su cabello resplandecía sembrado de estrellas en lo nocturno, y sin hacer caso de la considerable distancia que había entre ellos, se dieron mutuamente la mano, tan de inmediato, tan íntimamente, que una marea osciló entre ellos, corriente de sus dos vidas. Mas podía ser acaso engaño, y había que cerciorarse:
─¿Te llevó el azar por esta vía?
─No ─repuso ella─, nuestro destino está unido desde el principio.
Unidas estaban las manos, las suyas en las de ella, las de ella en las suyas; oh, no era posible distinguir cuáles eran las suyas y cuáles las de ella, mas como él, tan frondoso como el ramaje del olmo, podía abarcar además con dedos juguetones las flores y los frutos que brotaban del árbol, la respuesta no era suficiente y fue preciso preguntar de nuevo:
─Pero tú vienes de otro árbol y tuviste que hacer un camino muy largo para llegar a éste de aquí.
─Pasé por el espejo ─dijo ella, y hubo que conformarse con esta explicación [...]



(Hermann Broch: “La muerte de Virgilio”)