jueves, 12 de marzo de 2009

LA VISITA DE LA VIEJA DAMA. Libros no Electrónicos por Temperado



Estamos en Güllen, un pequeño pueblo centroeuropeo que antaño conoció mejores tiempos, pero que ahora (no hay más que ver el estado ruinoso de la fachada de su estación de ferrocarril) se encuentra en plena decadencia. No obstante, todos sus habitantes aguardan esperanzados la llegada de Clara Zachanassian, una excéntrica millonaria que creció en Güllen y que tuvo que abandonar el pueblo cuarenta y cinco años atrás, cuando aún era solamente Clarita Wascher. Ahora, sus arruinados paisanos esperan conmoverla y que desembolse sus millones para ayudarlos a salir de la bancarrota.

Tras recibir la adulación de los güllenses y evocar su pasado charlando con las fuerzas vivas, Clara sorprende a todo el mundo con una oferta increíble: regalará a Güllen mil millones; quinientos para la ciudad, y quinientos más para repartirlos entre las familias que viven en ella. Únicamente pone una condición para hacer efectivo su ofrecimiento: con esos millones quiere comprar la Justicia.

Cuarenta y cinco años atrás, Clarita Wascher presentó una demanda de paternidad contra Alfred Ill, el padre del hijo que esperaba. Alfred sobornó a dos falsos testigos, y una injusta sentencia lo absolvió. Clara, abandonada y encinta, se fue de Güllen. Un año más tarde, su hijo murió y ella se convirtió en una prostituta. Trabajaba en un burdel de Hamburgo cuando Zachanassian, el viejo millonario armenio, la sacó de allí para casarse con ella.

Ahora, transcurrido casi medio siglo, Clara Zachanassian repite su aterradora oferta ante el escándalo de sus antiguos conciudadanos: mil millones para Gullen si alguien mata a Alfred Ill.

Éste es el planteamiento de “La visita de la vieja dama”, la tragicomedia en tres actos escrita por el suizo Friedrich Dürrenmatt en 1955 y estrenada en Zurich al año siguiente. Desde entonces ha sido traducida a innumerables idiomas y se ha representado en muchos países. Es, junto con “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, una de las obras teatrales más famosas del siglo XX. Se han hecho de ella hasta siete versiones cinematográficas entre 1959 y 1996 (la más famosa quizá sea la dirigida por Bernhard Wicki en 1964, con Ingrid Bergman y Anthony Quinn como protagonistas), e incluso sirvió de argumento, con su mismo título, para una ópera de Gottfried von Einem.

Esta impresionante obra revela la desvalida y frágil posición del hombre vulgar ante el poder de lo absoluto, ese poder que cuando irrumpe de verdad en un ámbito (como lo hace la vieja dama en Güllen) es capaz de dinamitar la solidaridad, de embotar la piedad, de invertir cualquier orden moral vigente.

Nadie en Güllen podrá esquivar el huracán de envidias, remordimientos, egoísmos, iniquidades, coartadas, hipocresías, culpas, venganzas, rencores que la visita de ese poder desencadena. Ni siquiera el maestro del pueblo, el único que entre el general entusiasmo que provocó la llegada de Clara quedó espantado al parecerle ver en ella la encarnación de una diosa del destino fatal.

El autor escribió “La visita de la vieja dama” como un complejo alegato moral. Su crítica implacable hacia las actitudes inicuas e hipócritas que mantienen los lastimosos habitantes de Güllen está revestida de cínica ambigüedad y de una brutal ironía que poco a poco nos envuelve en una maraña de injusticias, justificaciones, principios morales aparentemente sólidos y dilemas éticos que en los primeros momentos parecen ajenos, pero que luego vamos viendo que es imposible que se refieran exclusivamente a los güllenses. La obra no los fustiga sólo a ellos. También implica al lector o al espectador, a nosotros, a todos nosotros, incluido el mismo Dürrenmatt, que llegó a declarar: “esta historia ha sido escrita por alguien que en modo alguno se distancia de esos personajes y no está muy seguro de que no acabaría actuando como ellos”.

Es una confesión valiente, y seguramente difícil de hacer. Pero es que no es fácil salir impoluto de las salpicaduras morales de esta obra.
Se puede y seguramente se debe estar en contra de la venganza y a favor de la justicia, pero el asunto se complica si la venganza se convierte en una convicción de justicia concebida como un absoluto; al fin y al cabo, las actitudes represoras justifican el derecho, y viceversa... ¿o quizá no?
¿Puede una injusticia considerarse reparada por otra injusticia mayor? ¿Las injusticias pueden prescribir, o no? Es más, ¿deben prescribir, o no?
Naturalmente, se necesitan valores morales y principios éticos firmes a los que agarrarnos para poder vivir con dignidad, pero a veces no es lo mismo luchar por los principios que vivir de acuerdo con ellos... ¿o sí debería serlo?
La falta de principios produce acciones inmorales, pero aferrarse a ellos “caiga quien caiga” puede llevar a un fundamentalismo que también las produzca. ¿Se puede establecer en este ámbito un ponderado término medio?

Friedrich Dürrenmatt, consciente de estos interrogantes y de las interpretaciones diversas y quizá polémicas que podría suscitar su obra, creyó prudente advertir a su público:
“La visita de la vieja dama” es una obra perversa que, por tanto, no debe ser interpretada con perversidad.

Sigamos o no el consejo de su autor, lo evidente es que la vieja dama no visita impunemente, y que esta obra capital del teatro del siglo XX puede provocar en cada lector o espectador reacciones distintas, desde la incomodidad a la indignación, pero a buen seguro no dejará indiferente a nadie.






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¡Ah, ciego, que era advertido
aquel ciego de Santiago!
Veinte hijos llegó a tener
con las mujeres del pago.

El curita le decía
que no hiciera tanto estrago,
y contestaba el cieguito:
«Padre, no veo lo que hago»

(“El cieguito”, chacarera interpretada por Jorge Cafrune)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES


Sobre el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento no mostraba tendencia a esquivarlo desplazándose hacia el norte. Las isotermas y las isóteras cumplían su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura media anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. La salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, del anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.


(Robert Musil: “El hombre sin atributos”)

(Traducción de José M. Sáenz)

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