jueves, 5 de junio de 2008

IGNATIUS






















Ignatius es un antihéroe. Sin embargo, no tiene el prestigio ni la apariencia de otros antihéroes: es un treintañero obeso y bigotudo, desagradable, inadaptado, egocéntrico, que tiene serios problemas intestinales y se siente aterrado por la gente, por sus vecinos, por el trabajo, por la sociedad entera. Vive en Nueva Orleans con su madre, una anciana estrafalaria aficionada a los bolos y con una acusada querencia hacia las bebidas alcohólicas.

Ignatius es, claro, Ignatius J. Reilly, uno de los más memorables personajes del censo literario de todos los tiempos y el omnipresente protagonista de “La conjura de los necios”, la novela de John Kennedy Toole que toma su título de esta cita de Jonathan Swift: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

E Ignatius J. Reilly es, a su modo, un genio. A ratos repugnante, si se quiere; infantiloide, caprichoso y desquiciado, pero un genio que lucha por lograr un mundo mejor desde el ámbito reducido e inmundo de su habitación.

Medievalista en paro, vive en una época que no es la suya y en la que, según él, brillan por su ausencia la Teología, la Geometría, el Buen Gusto y la Decencia. Añora tanto el oscurantismo de la Edad Media como la organización de aquella sociedad, y escribe su ideario político-religioso en decenas de cuadernos “Gran Jefe” que esparce por su habitación con intención de recopilarlos un día y asombrar al mundo con la publicación de su gran obra maestra.

No obstante, se verá arrastrado cruelmente a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía borracha. Forzado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, irá conociendo a una multitud de personajes disparatados a los que el autor retrata con una mezcla de comicidad y amargura que acaba siendo angustiosamente real.

Ignatius J. Reilly es ya un clásico, un personaje construido magistralmente, hasta el punto de tener una estatua propia en la calle Iberville 800 de Nueva Orleans, ciudad natal del autor.

John Kennedy Toole se suicidó en 1969 porque su novela fue rechazada por una editorial tras otra. Tenía 31 años. Gracias al incansable peregrinar de su madre, Thelma Ducoing, y al ojo crítico del periodista Walker Percy, el texto se publicó en 1980, once años después. La reacción de los críticos fue unánime, y en 1981 ganó el premio Pulitzer.

“La conjura de los necios” es una novela desternillante y mordaz, un fresco social que caricaturiza lo cotidiano hasta extremos delirantes y provoca carcajadas con inquietante regusto amargo. Un libro de culto, ácido e insolente, tan genial como imprescindible.


* * * * *


En un raro quietismo,
cuando el alma en reposo no sosiega,
salíme de mí mismo,
y el ánima andariega
no sé si fuese a Suecia o a Noruega.

(Jorge Llopis, “Las mil peores poesías de la lengua castellana”)

* * * *

ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES








Y volviéndose a Sancho, le dijo:
─Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
─¡Ay! ─respondió Sancho llorando─. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver.

(Miguel de Cervantes: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, II, LXXIV)

1 comentario:

Basseta dijo...

Tendría que releerla para tener más claros mis recuerdos sobre esta novela en la que se cuenta la vida de un divertido personaje que cuestiona constantemente la sociedad y sus normas, todo con una desbordante imaginación.

Recuerdo que, en un escenario algo patético, el autor es capaz de tratar con gran sentido del humor temas tan serios como el racismo. Es una visión de la vida muy distinta, porque Ignatius podría ser un terrorista, un loco, un delincuente, un genio,un pacifista,...

Como esto es el blog de un café, dejo este párrafito que nos ofrece una idea del tono irónico con el que está escrita la obra:

"El doctor Tale dio un sorbo al vodka con zumo V-8 que siempre tomaba después de una noche de copioso bebercio social y miró el periódico. La gente del Barrio Francés se divertía, por lo menos. Dio otro sorbo al vaso y recordó el incidente aquel de cuando el señor Reilly arrojó todos aquellos exámenes a la cabeza de los estudiantes, en aquella manifestación debajo de las ventanas de los despachos de los profesores. Sus superiores tenían que recordarlo también. Sonrió complacido y volvió a mirar el periódico. Eran muy cómicas las tres fotos. A él siempre le había divertido la gente vulgar y grosera (a una cierta distancia). Leyó el artículo y se atragantó, escupiendo líquido sobre la chaqueta del smoking."

Por cierto, hay un blog titulado "La Conjura de los Necios"