martes, 28 de octubre de 2008

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS













SEÑOR DE LAS MOSCAS


En este año 2008 se cumplen los veinticinco desde la concesión del Premio Nobel de Literatura a William Golding, y también el decimoquinto aniversario de la muerte de este escritor inglés.

Señor de las moscas fue su primera novela, y ya se ha convertido en un clásico moderno, tanto por su temática como por su gran difusión: en 1983, el año del Nobel a su autor, se habían vendido ya en todo el mundo cuatro millo­nes y medio de ejemplares de la obra. Hay además dos adaptaciones cinematográficas: la primera, en blanco y negro, la dirigió Peter Brook en 1963; y la más moderna, en color, fue dirigida por Harry Hook en 1990.

Golding escribió su primer libro en 1934, cuando tenía 23 años; era un libro de poemas, y no tuvo ningún éxito. Durante la II Guerra Mundial se alistó en la Royal Navy y pasó prácticamente todo el tiempo de la contienda en alta mar; participó en la famosa persecución y destrucción del acorazado alemán Bismarck y en el desembarco de Normandía, y alcanzó el grado de teniente de navío. En la gue­rra se ganó fama de feroz, pero asegura que ello sólo se debió a que un irreprimible "tic" nervioso le deformaba el rostro en los momentos de máxima tensión.

Al acabar la guerra, se dedicó a la enseñanza y siguió escribiendo. Posteriormente, el éxito y el dinero proporcionados por Señor de las moscas le decidieron a retirarse y dedicarse exclusivamente a escri­bir, aunque de un modo poco metódico, según confesó él mismo.

La novela está basada en parte en las experiencias del propio autor durante la guerra, y tuvo una génesis bastante simple, según contó Golding: un día en que había estado leyendo a sus hijos algunas leyendas populares irlandesas, comentó con su mujer si no sería una buena idea escribir una novela sobre niños en una isla en la que éstos hicieran lo que realmente harían unos niños en una isla desierta, y no lo que los niños ha­cen en las historias de aventuras. Su mujer le incitó de inmediato a llevar el proyecto adelante, y así surgió la novela. William Golding tenía ya 43 años cuando consiguió publicarla en 1954, después de que diversos editores se la rechazaran.

El argumento es sencillo: un grupo de niños que viajaba en un avión cae en una isla desierta tras un accidente al que no ha sobrevivido ningún adulto. Son niños británicos, civi­lizados, perfectamente educados, que tratan de organizarse según las ideas de bondad y justicia que han recibido. Intentan sobrevivir imitando a la sociedad adulta de la que provienen, pero un mal lentamente insinuado va irrumpiendo poco a poco en aquel paraíso natural, un mal que surge del interior mismo de los niños y que progresivamente va des­trozando la comunidad de inocentes hasta convertirla en una horda de salvajes.

Golding dibuja pacientemente y con una escritura prodigiosa una de las alegorías más extraordinarias de la narrativa contemporánea, la alegoría de la innata crueldad del ser humano. El mal y la condición humana van juntos. El mal, un Mal que casi debe escribirse así, con mayúscula, porque Golding nos lo hace tan palpable como a sus otros personajes, se materializa en una organización tiránica y perversa regida por los más fuertes; se va perfeccionando en forma de actos brutales que adquieren la categoría de ritos asociados al ejercicio del poder; y finalmente arrasa con los valores civilizados en un torbellino de abyecta degradación tribal, de desintegración humana y de profunda animalización.

Asistir a todo ello acompañando a Piggy, a Ralph, a Jack, a los mellizos, a Simon, es una experiencia inolvidable. Cierto que esta afirmación se aplica a muchos libros, pero en este caso no es una frase hecha. Quienes alguna vez leímos Señor de las moscas lo sabemos bien.

El hombre tiene maldad. Es malo por naturaleza, pero también es bueno por naturaleza. Si yo estoy más preocupado por la parte malvada del ser humano, es porque realmente el problema diario con que nos enfrentamos es precisamente la maldad. La bondad se cuida por sí misma y no crea problemas.

(Palabras de William Golding en una entrevista.)


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Duérmase, Don Rodrigo,
duérmase.
Cierre sus ojitos,
no los deje abiertos,
que si no se duerme
se va a quedar despierto.

(Les Luthiers: Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierra de Indias, de los singulares acontecimientos en los que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.

(Gabriel García Márquez: Cien años de soledad)