jueves, 18 de diciembre de 2008

LAS BENÉVOLAS Libros no Electrónicos por Temperado




















LAS BENÉVOLAS


Hay que ser muy chulo para marcarse un libro de casi mil páginas sobre algo tan recurrente como el nazismo o el Holocausto, ganar el Premio Goncourt y ni molestarse en ir a recogerlo.

Estas palabras servían de introducción a la entrevista que Jesús Ruiz Mantilla le hizo a Jonathan Littell en octubre del 2007 para El País. De Littell, en efecto, se ha dicho que es raro, que anda muy sobrado, que hace gala a menudo de cierta suficiencia y de un escasamente disimulado aire de superioridad. Es posible que así sea y, en todo caso, cada quién es cada quién y no hay nada que objetar... salvo quizás el propio convencimiento de que en literatura no es chulo quien quiere, sino quien puede. Y, desde luego, Jonathan Littell ha demostrado con Las Benévolas que puede, y mucho.

La obra está escrita en francés, idioma que el autor considera su segunda lengua materna (sus padres emigraron a Francia cuando él tenía sólo tres años), y según ha declarado, le supuso un trabajo documental llevado a cabo durante más de cuatro años, aunque la redacción de sus casi mil páginas la realizó en dieciséis semanas.

Galardonada en 2006 con el Premio Goncourt y con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Las Benévolas (Les Bienveillantes, en francés) nace, según su autor, del intento de desentrañar la naturaleza de algo tan escalofriante, tan complejo y tan recurrente en la historia del mundo como el crimen de Estado. El nazismo es sólo una manifestación de este hecho; quizá la más conocida y una de las más estudiadas, pero desde luego no la única ni, por desgracia, la última.

En todo caso, la novela se centra en el nazismo y aborda el Holocausto desde la mirada de Maximilian Aue, un oficial de las SS que consiguió huir de Alemania al acabar la II Guerra Mundial. Excepto en su primer capítulo, que por diversas referencias podemos situar alrededor de los años 60 y que oficia de paradójica introducción a posteriori, la acción se desarrolla entre junio de 1941 y abril de 1945, es decir, durante la campaña rusa. El mismo Littell declara: Lo que fue el gran meollo de la guerra ocurrió en el Este. Yo, que me crié en Francia, sé que se le ha dado mucha importancia a la ocupación, la Resistencia y todo eso, pero no deja de ser poco más que un escaparate frente a lo que fue el enfrentamiento entre los soviéticos y los alemanes. Eso fue la esencia de la guerra.

Curiosamente, Jonathan Littell (Nueva York, 1967), que intentó por dos veces y sin éxito obtener la nacionalidad francesa en 2006, acabó consiguiéndola el 8 de marzo de 2007 gracias a esta novela y a su contribución a la brillantez de Francia.

Las Benévolas se estructura en largos capítulos (excepto el primero) que llevan el título de aires musicales propios del Barroco francés, de cuyos compositores (Rameau, Couperin, Lully) es un apasionado entusiasta Max Aue, el protagonista. Éste se nos presenta como un personaje complejo: culto treintañero, francoalemán de Alsacia, lector de Flaubert, es un homosexual discreto pero fogoso, con bastantes traumas infantiles, no pocos secretos ocultos y demasiados crímenes a sus espaldas.

Perfectamente consciente de lo que está viendo y viviendo en esos cuatro largos años, nos llevará del Cáucaso a Stalingrado, de Berlín al sur de Francia, de Auschwitz a Dachau, y en su relato irá mezclando los avatares de la guerra con detalles de su historia personal, algunos muy determinantes, como la incestuosa relación que mantiene con su hermana Una.

Aue participa en la masacre de judíos en Kiev, supervisa la organización de Auschwitz y no tiene reparos en contar los problemas que tuvo que afrontar para resolver las dificultades de orden logístico, técnico y psicológico que planteaba la industrialización del asesinato.

Gracias a su posición de privilegio, contemplamos a través de sus ojos un fresco histórico de gran amplitud, por el que desfilan centenares de personajes reales, como los principales jerarcas nazis: Heydrich, Eichmann, Himmler, Bormann, Kaltenbrunner, Frank, el propio Hitler (en una esperpéntica y divertida escena a escasas páginas del final), Albert Speer, Goebbels; y también ficticios: el lingüista con el que debate; un prisionero y comisario político comunista; muy verosímiles unos (su amigo Thomas, por ejemplo), otros muy peculiares (los dos inspectores de policía que lo persiguen y acosan), e incluso algunos sumamente inquietantes, como los poderosos financieros industriales que promueven y justifican los asesinatos de judíos.

Desde su publicación en 2006, Las Benévolas ha suscitado opiniones encontradas, tanto por su forma como por las valoraciones que de ella se han dado. Sobre todo, se achaca a la novela su excesiva longitud (Alejandro Gándara comentaba en tono jocoso que era imposible demostrar que se había leído si no había un juramento de por medio), se acusa a Littell de dar rienda suelta a una logorrea casi sin fin, con capítulos inmensos, secuencias larguísimas, en ocasiones con escasos puntos y aparte, que no facilitan la lectura en ningún momento al lector incauto o desprevenido. Si a ello añadimos que se muestra excesivamente gráfico en algunos momentos, sin ahorrarse crudezas, horrores ni escatologías, que abusa de la jerga militar alemana y que da por sobreentendidos muchos conceptos (algunos no aclarados en el útil pero insuficiente glosario final), es evidente que se trata de un libro que puede desmoralizar a más de uno. Se ha dicho que le sobran muchas páginas, pero el autor, al preguntarle en la entrevista antes citada si no pensaba que su trabajo a lo mejor resultaba apabullante, contestó: Mire, es lo que tiene que ser...

Con todo, el libro engancha casi desde el principio, aunque ciertamente existe el riesgo de que ciertos pasajes se le atraganten a uno. Creo que esos obstáculos no hacen sino aumentar el gozo que se siente al lograr, al fin, tomar la plaza culminando la lectura. En definitiva, la novela, dura y sin contemplaciones, es soberbia, excelente, y de un calado y una ambición que quedan asombrosamente patentes si la comparamos con otras novelas “de guerra” o “de nazis”, a las que relega poco menos que a la categoría de meras anécdotas o simples episodios de aquellos viejos y recordados tebeos de “Hazañas Bélicas”.

Una última observación sobre el título, que hace referencia a las Erinias, las tres personificaciones femeninas de la venganza que, en la mitología griega, perseguían a los culpables de ciertos crímenes: era tal el temor que suscitaban, y tan cruel su forma de actuar a la hora de vengar los delitos de sangre, que los griegos evitaban llamarlas por su nombre y utilizaban la antífrasis de Euménides (Benévolas) para referirse a ellas sin despertar su ira. Al acabar de leer la novela, se entiende que Littell la haya titulado así, aunque las Benévolas no aparezcan más que evocadas en la última frase del libro.



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Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios está con los malos
cuando son más que los buenos.

(Coplilla popular castellana)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


(Julio Cortázar: Rayuela, cap. 68)


jueves, 27 de noviembre de 2008

El desierto de los tártaros




LA FORTALEZA BASTIANI


Se ha dicho con frecuencia que El desierto de los tártaros es un libro no apto para depresivos, y es cierto que resulta difícil emplear calificativos alegres para esta novela, escrita en 1940 por el italiano Dino Buzzati. Pero también hay que apresurarse a decir que se trata de una obra maestra sin paliativos.

Al joven teniente Giovanni Drogo, recién salido de la academia militar, lo destinan a la fortaleza Bastiani, un remoto acuartelamiento perdido entre montañas altísimas y asomado al desierto del Norte. Se trata de una lejana fortificación permanente que antaño defendía la zona fronteriza por donde los tártaros atacaban el país, pero que hogaño, cuando el enemigo ya casi resulta una ficción muy adentrada en el pasado, se ha convertido en un lugar destinado a esperar que algo suceda, en el que el tiempo transcurre morosamente entre la rigidez de las normas militares y la soledad absoluta y repetitiva de un espacio que parece estar ya fuera del mundo.

El teniente Drogo piensa que ese primer destino suyo será breve y fugaz; tiene la posibilidad de salir de allí, pero decide quedarse esperando el momento de que le lleguen las glorias militares, la lucha, la guerra… Y los días pasan despacio, pero los años lo hacen a toda velocidad. Drogo terminará viendo transcurrir toda su vida en la fortaleza, siempre a la espera de un inminente ataque de los tártaros. Como todos sus compañeros de guarnición, también él sueña con la aparición del enemigo. El enfrentamiento, la anhelada lucha, es lo único que puede dar sentido a la vida de los militares de la fortaleza Bastiani.

Pero la fatalidad querrá que antes de concretarse el combate, para el teniente Giovanni Drogo sea ya demasiado tarde. Enfermo y evacuado de la fortaleza, sus oponentes en la última batalla no serán los tártaros, sino otro enemigo tan indefinible como inmenso, al que ha aguardado durante tres décadas, pero no en combate, sino en la más absoluta soledad. Su gran y secreta victoria, la gloria que tanto ha esperado alcanzar, le llegará al fin cuando enfrente a ese enemigo invencible sin lamentarse de su suerte.

Dino Buzzati sabe apoderarse del lector desde las primeras páginas, introduciéndolo en la trama con recursos narrativos muy medidos y creando con gran habilidad un espacio deliberadamente alejado de cualquier referente histórico o geográfico: ignoramos a qué país pertenece la fortaleza Bastiani; podría estar situada en cualquiera de ellos, vigilando cualquier frontera. De la época en que se desarrolla la acción, sólo captamos un ambiente vagamente decimonónico: los personajes montan a caballo y en carroza, y se utilizan catalejos y piezas de artillería, pero no hay artefactos más modernos que ésos. Todo ello conforma un escenario de ficción, un ámbito impreciso e inasible que adquiere un tono irreal, no exactamente fantástico, pero sí borroso e inconcreto, enigmático y distante. El director Valerio Zurlini supo llevarlo al cine con bastante acierto en su adaptación de 1976, una película con un reparto impresionante en el que figuran los actores españoles Fernando Rey y Francisco Rabal junto a otros de la talla de Max Von Sydow, Jacques Perrin, Vittorio Gassman o Jean-Louis Trintignant.

Bastantes críticos han señalado la profunda influencia que la literatura de Kafka ha ejercido en Buzzati, y sin duda hay rasgos kafkianos en El desierto de los tártaros. Pero también esta obra ha influido en otros autores que han desarrollado ese mismo tema, tan caro al siglo XX, de la espera como metáfora de la vida que se nos escurre entre las manos mientras esperamos algo trascendente que nos redima del vacío. Baste recordar la magnífica Esperando a los bárbaros (1980), de J. M. Coetzee, o El mar de las Sirtes (1951), de Julien Gracq, o incluso la obra teatral Esperando a Godot (1952), de Samuel Beckett.

Cuando preguntaron a Buzzati en una entrevista sobre cómo se le ocurrió la historia, respondió:
«Probablemente se originó en la redacción del Corriere della Sera. Entre 1933 y 1939 trabajaba yo allí todas las noches, y era un trabajo más bien pesado y monótono. Los meses pasaban, pasaban los años, y yo me preguntaba si las cosas continuarían así; si las esperanzas, los inevitables sueños de cuando se es joven, se derrumbarían poco a poco, si la gran ocasión vendría o no vendría. Con frecuencia se me ocurría que esa rutina nunca terminaría, y devoraría mi vida sin sentido. Es un sentimiento lo suficientemente común, creo, para la mayoría de las personas, especialmente cuando te ves atrapado en los horarios de la existencia en una gran ciudad. Trasladar esa experiencia a un mundo militar ficticio fue casi una decisión instintiva.»

La permanente actualidad de El desierto de los tártaros se debe a la magnitud y eternidad del problema que plantea: que la vida se le va al hombre antes de que quiera darse cuenta; y que, con frecuencia, eso que llamamos “preparación para la vida” (formación, expectativas, primeros ensayos…) no es más que la vida misma, nos guste o no.

De El desierto de los tártaros se ha dicho que es una novela estremecedora y agobiante, angustiosa y oscura, capaz de dejar literalmente agotado al lector, que va recorriendo sus páginas hasta acabarlas con el corazón encogido. Probablemente todo ello sea cierto. Pero también lo es que al finalizar su lectura, por paradójico que parezca, se siente el corazón ensanchado, se plantean mil preguntas y se expande en nosotros ese silencio tan especial que sólo generan los buenos relatos, las verdaderas joyas de la literatura, las incontestables obras maestras.




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[...]

Dudo que aterrices
en el aquelarre
por mucho que azuces
«¡Arre, escoba, arre!»,

que una buena bruja
sabe alzar el vuelo:
tú nunca has podido
despegar del suelo.

Júpiter, Saturno,
Marte y compañía
¡qué lejos te caen!,
¡qué desastrología!
[...]



(Javier Krahe: Ciencias ocultas)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo ─me recomendó. Se llama de este modo y de éste otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

(Juan Rulfo: Pedro Páramo)





martes, 28 de octubre de 2008

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS













SEÑOR DE LAS MOSCAS


En este año 2008 se cumplen los veinticinco desde la concesión del Premio Nobel de Literatura a William Golding, y también el decimoquinto aniversario de la muerte de este escritor inglés.

Señor de las moscas fue su primera novela, y ya se ha convertido en un clásico moderno, tanto por su temática como por su gran difusión: en 1983, el año del Nobel a su autor, se habían vendido ya en todo el mundo cuatro millo­nes y medio de ejemplares de la obra. Hay además dos adaptaciones cinematográficas: la primera, en blanco y negro, la dirigió Peter Brook en 1963; y la más moderna, en color, fue dirigida por Harry Hook en 1990.

Golding escribió su primer libro en 1934, cuando tenía 23 años; era un libro de poemas, y no tuvo ningún éxito. Durante la II Guerra Mundial se alistó en la Royal Navy y pasó prácticamente todo el tiempo de la contienda en alta mar; participó en la famosa persecución y destrucción del acorazado alemán Bismarck y en el desembarco de Normandía, y alcanzó el grado de teniente de navío. En la gue­rra se ganó fama de feroz, pero asegura que ello sólo se debió a que un irreprimible "tic" nervioso le deformaba el rostro en los momentos de máxima tensión.

Al acabar la guerra, se dedicó a la enseñanza y siguió escribiendo. Posteriormente, el éxito y el dinero proporcionados por Señor de las moscas le decidieron a retirarse y dedicarse exclusivamente a escri­bir, aunque de un modo poco metódico, según confesó él mismo.

La novela está basada en parte en las experiencias del propio autor durante la guerra, y tuvo una génesis bastante simple, según contó Golding: un día en que había estado leyendo a sus hijos algunas leyendas populares irlandesas, comentó con su mujer si no sería una buena idea escribir una novela sobre niños en una isla en la que éstos hicieran lo que realmente harían unos niños en una isla desierta, y no lo que los niños ha­cen en las historias de aventuras. Su mujer le incitó de inmediato a llevar el proyecto adelante, y así surgió la novela. William Golding tenía ya 43 años cuando consiguió publicarla en 1954, después de que diversos editores se la rechazaran.

El argumento es sencillo: un grupo de niños que viajaba en un avión cae en una isla desierta tras un accidente al que no ha sobrevivido ningún adulto. Son niños británicos, civi­lizados, perfectamente educados, que tratan de organizarse según las ideas de bondad y justicia que han recibido. Intentan sobrevivir imitando a la sociedad adulta de la que provienen, pero un mal lentamente insinuado va irrumpiendo poco a poco en aquel paraíso natural, un mal que surge del interior mismo de los niños y que progresivamente va des­trozando la comunidad de inocentes hasta convertirla en una horda de salvajes.

Golding dibuja pacientemente y con una escritura prodigiosa una de las alegorías más extraordinarias de la narrativa contemporánea, la alegoría de la innata crueldad del ser humano. El mal y la condición humana van juntos. El mal, un Mal que casi debe escribirse así, con mayúscula, porque Golding nos lo hace tan palpable como a sus otros personajes, se materializa en una organización tiránica y perversa regida por los más fuertes; se va perfeccionando en forma de actos brutales que adquieren la categoría de ritos asociados al ejercicio del poder; y finalmente arrasa con los valores civilizados en un torbellino de abyecta degradación tribal, de desintegración humana y de profunda animalización.

Asistir a todo ello acompañando a Piggy, a Ralph, a Jack, a los mellizos, a Simon, es una experiencia inolvidable. Cierto que esta afirmación se aplica a muchos libros, pero en este caso no es una frase hecha. Quienes alguna vez leímos Señor de las moscas lo sabemos bien.

El hombre tiene maldad. Es malo por naturaleza, pero también es bueno por naturaleza. Si yo estoy más preocupado por la parte malvada del ser humano, es porque realmente el problema diario con que nos enfrentamos es precisamente la maldad. La bondad se cuida por sí misma y no crea problemas.

(Palabras de William Golding en una entrevista.)


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Duérmase, Don Rodrigo,
duérmase.
Cierre sus ojitos,
no los deje abiertos,
que si no se duerme
se va a quedar despierto.

(Les Luthiers: Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierra de Indias, de los singulares acontecimientos en los que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.

(Gabriel García Márquez: Cien años de soledad)

martes, 23 de septiembre de 2008

ALGUIEN SOPLÓ LA VELA



















ALGUIEN SOPLÓ LA VELA


Confesemos de entrada que no es fácil hablar de El gran Meaulnes, un libro excepcional, único, una rara avis literaria que no se deja enjaular ni tiene nada de doméstica. Hay quien, tras una lectura superficial o desatenta, la ha catalogado como una mera historia de aventuras o como una lánguida y anticuada novelita romántica...

Pero no deberíamos caer en ese error: pocos libros hay tan frescos, tan conmovedores e incluso tan intemporales como El gran Meaulnes. Su autor, el francés Henri Alban Fournier, lo consideró terminado tras seis años de laboriosa escritura y corrección, y apareció en 1913 firmado con un semiseudónimo: Alain-Fournier, que pasaría a la historia de la literatura por haber escrito esta única novela. Cuando al año siguiente comenzó la I Guerra Mundial, Fournier, alistado como teniente de Infantería, fue uno de los primeros movilizados en caer: murió en el campo de batalla, en Éparges, el 22 de septiembre de 1914. Le faltaban tan sólo once días para cumplir veintiocho años.

El gran Meaulnes, que obtuvo un gran éxito, pronto llegó a considerarse un clásico en Francia y en el extranjero. Es sin duda una de las más hermosas obras de carácter iniciático que se hayan escrito nunca: ambientada en la gris existencia de provincias, donde los personajes están a merced de sus sueños de evasión, la novela dibuja el difícil y apasionado ingreso de la adolescencia, con su espíritu de aventura, en los primeros rigores de la madurez. El autor tuvo la extraordinaria habilidad de tomar como base unas vivencias muy personales (el ambiente de su niñez escolar, los paisajes de la región francesa de Sologne, su primer encuentro con la muchacha que sería el gran amor imposible de su vida, a la cual no volvería a ver sino ocho años más tarde, ya casada y madre de dos hijos) y transfigurar esas vivencias en hechos poéticos imperecederos y válidos para cualquier lector.

François Seurel, un escolar tímido y sensible, es el narrador que nos acompaña a lo largo del libro. Él nos presentará a Augustin Meaulnes, el nuevo alumno que llega al pueblo de Sainte-Agathe y se hospeda en su casa un domingo de noviembre de 189... Temerario, impulsivo y de fuerte personalidad, Meaulnes transformará para siempre la pacífica vida de Seurel... y quizá también la del lector que sea capaz de seguirlos a la tienda del cestero, al cuarto de Wellington o a la extraña fiesta en donde Meaulnes hallará a la señorita Ivonne de Galais.

Se ha dicho que El gran Meaulnes es una maravillosa historia sobre adolescentes pero no para adolescentes. Una apreciación con la que estoy absolutamente de acuerdo: el libro crece desde sus iniciales ensueños de adolescencia hasta desembocar en una poética, pero también trágica, visión de la pérdida; la felicidad con la que sueñan los protagonistas, la felicidad ideal, acaba convirtiéndose en un obstáculo para la felicidad real. Fascinante y triste a la vez, la novela se encuadra en esa difícil y difusa frontera que se alza entre la adolescencia, dueña aún del sentido de lo maravilloso, de lo heroico, de lo mágico, y la madurez, el mundo adulto en el que todo ello se irá diluyendo inexorablemente.

Henry Miller lo explicó con maestría: «Algunos, como Alain–Fournier, jamás lograron desertar de esta orden secreta de la juventud. Magullados por todos los contactos en el mundo de los adultos, se inmolan en sueños y ensoñaciones. Especialmente en los dominios del amor les toca sufrir. En ocasiones nos dejan un librito, un testamento de la verdadera y antigua fe, que leemos con ojos soñolientos, maravillándonos de su hechizo, conscientes, pero demasiado tarde, de que nos estamos mirando a nosotros mismos, de que lloramos nuestro propio destino.»

Para finalizar, y para explicar el título de este comentario, escuchemos directamente a François Seurel:
«Al caer la noche, cuando los perros de la granja de al lado empezaban a ladrar y se iluminaba la ventana de nuestra cocina, volvía a casa. Mi madre había empezado a preparar la cena. Subía yo tres peldaños de la escalera del granero, donde me sentaba sin decir nada y, con la cabeza pegada a los fríos barrotes de la baranda, la miraba encender el fuego en la estrecha cocina en que ardía una vela, con vacilante llama...
»Pero alguien llegó, alguien que vino a quitarme todos esos placeres de niño sosegado. Alguien sopló la vela que iluminaba para mí el dulce rostro de la madre inclinada sobre la cena. Alguien apagó la lámpara en torno de la cual constituíamos, por la noche, una familia feliz, cuando mi padre había puesto los postigos a las puertas de vidrio. Y ése fue Augustin Meaulnes, a quien los demás alumnos no tardaron en llamar el gran Meaulnes.»
(Traducción de Gerardo Selva)

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Ni por enfermedad, ni por vejez,
ni excesos en la mesa o en la cama.
Tampoco por haberle malherido
la funesta manía de pensar.
Murió de sobredosis de sí mismo.

(Enrique Badosa)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES



No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser, todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada, elijo la pena.

(William Faulkner: Las palmeras salvajes)

(Traducción de Jorge Luis Borges)

miércoles, 27 de agosto de 2008

ERA ESTUPENDO QUEMAR

















ERA ESTUPENDO QUEMAR


Con esta frase, fascinante y terrible a un tiempo, se abre la primera parte de la novela Fahrenheit 451, escrita por Ray Bradbury y publicada en 1953. El título hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (233º C).

Se trata de una narración que plantea una utopía inversa y negativa, introduciéndonos en una sociedad regida por un Estado-gendarme que supuestamente vela por la felicidad de sus ciudadanos. El protagonista, Guy Montag, es miembro del cuerpo de bomberos. Un cuerpo muy particular, cuyos componentes lucen cascos con el número 451, conducen vehículos con apariencia de salamandra y tienen como misión no apagar incendios, como cabría suponer, sino quemar libros. En efecto, la postura oficial del gobierno sostiene que el hecho de leer impide a los ciudadanos ser felices, porque los llena de angustia. Al leer, los hombres empiezan a ser diferentes; y deben ser iguales, para trabajar con efectividad y no cuestionarse sus acciones ni las de los demás.

En el transcurso del relato, Montag va experimentando una progresiva toma de conciencia que le hace plantearse su trabajo y reflexionar sobre la sociedad en la que vive; un proceso que inevitablemente le llevará al enfrentamiento con sus superiores y a ser perseguido por las autoridades. Tras conseguir escapar al bosque, acabará formando parte de una extravagante minoría que clama en el desierto, un grupo clandestino de hombres que han memorizado libros y los transmiten oralmente para preservarlos de cara al futuro.

Fahrenheit 451 fue interpretada en su momento como una cruda crítica a la sociedad norteamericana de los años 50, después de Hiroshima y Nagasaki, un periodo marcado por el tenso contexto de la guerra fría y el macartismo, con la opinión pública inmersa en una atmósfera amenazante que cristalizaría al fin en el prolongado y vergonzoso episodio conocido como «caza de brujas» y repleto de delaciones, denuncias, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de comunismo. Todo ello en nombre de la seguridad nacional, claro está. Había que conservar a toda costa la ilusión de que el mundo era maravilloso y feliz, y dejar patente que las opiniones opuestas eran «incinerables»; y la vida «agradable», el único y verdadero objetivo que preservar.

Obviamente, la novela es esa alegoría en contra de los gobiernos totalitarios y a favor de la libertad. Pero como siempre sucede con los grandes libros, no es sólo eso. Es también un libro que clama contra la supresión de los libros. Contra quienes los queman, como en su momento hicieron los nazis (se empieza quemando libros y se acaba quemando personas), pero también contra quienes los prohíben. Contra quienes los censuran, pero también contra quienes, en nombre de una mal entendida cultura de la imagen, los desprestigian y ningunean para promover en su lugar una retahíla de concursos televisivos estupidizantes, programas del corazón, videojuegos brutales y anuncios muchas veces falaces, que machacan nuestra vida con su estruendo huero y alienante. Contra quienes los desaconsejan y menosprecian, pero también contra quienes los traicionan desde dentro, escondiendo los buenos libros entre la desmesurada maraña editorial de los miles de títulos inanes que se publican y promueven por intereses únicamente comerciales.

Fahrenheit está entre nosotros desde hace mucho. Ahora no utiliza lanzallamas, afortunadamente, pero sigue actuando bajo muchos disfraces.

Bradbury nos enfrenta al peligro, pero no renuncia a luchar contra él. El homenaje que rinde a la narración oral en la conclusión de su novela, nos deja a los lectores la esperanza de que algún día el conocimiento pueda superar a la ignorancia.

Para finalizar, no me resisto a incluir un breve fragmento en el que Montag le comenta a su esposa el caso de una mujer que había preferido quemarse junto a sus libros antes que perderlos:

─ Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos imaginar, para hacer que una mujer permanezca en una casa que arde. Ahí tiene que haber algo. Uno no se sacrifica por nada.
(Traducción de Alfredo Crespo)

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Si se te olvida un dedo en el teléfono
y la oreja pegada en el auricular
cuando llamas al hombre de influencia
no importa
así no meterás el dedo en la nariz
y no tendrás jamás la mosca tras la oreja.
[...]

(Jesús López Pacheco)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.

(James Joyce: Los muertos, último relato de Dublineses)

(Traducción de Guillermo Cabrera Infante)




domingo, 3 de agosto de 2008

ATOCHA (Ron preparado)




El 'ron' es una bebida alcohólica que se obtiene a partir de la caña de azúcar por fermentación, destilación y envejecimiento, generalmente en barricas de roble. Esta bebida se menciona por primera vez en documentos de origen nazarí (antiguo reino de Granada), pero con mayor consistencia, por su fama entre los marineros, en documentos provenientes de Barbados en 1650. Se le llamaba "kill-devil" ('mata-diablo'). La primera mención oficial de la palabra "rum" aparecen en una orden emitida por el Gobernador General de Jamaica con fecha 8 de julio de 1661.

Al terminar la Guerra de Cuba entre Estados Unidos y España, en la cual Cuba paso del dominio español a ser colonia norteamericana, los soldados estadounidenses llevaron Coca-Cola a la isla donde la mezclaron con Ron. Como recién Cuba había sido "liberada", llamaron a esta bebida cuba libre

En el "Rincon del Bucanero"de nuestro local podreis encontrar mas de 20 variedades de esta bebida tan internacional.

INGREDIENTES:
Ron
Hielo
Naranja y limon en rodajas
2 granos de café
Canela molida al gusto.
+ Refresco de cola, limon, naranja, lima...

jueves, 3 de julio de 2008

CONTRALUCES Y SOMBRAS DE VIDRIO


"La realidad depende del cristal a través del que se mira. Incluso se puede distinguir una realidad dentro de otra. El reto es captar el momento de irreal realidad"
MIRIAM BORDERA

miércoles, 2 de julio de 2008

SU MIRADA, AUMENTANDO EL MUNDO
























SU MIRADA, AUMENTANDO EL MUNDO


Así describe el perseguido a la mujer del pañuelo. El perseguido es un fugitivo, condenado a cadena perpetua, que ha llegado a una isla desierta en algún lugar del Pacífico Sur. La mujer del pañuelo es (fue, será) Faustine, su gran amor.

Ambos protagonizan, junto a otros personajes, La invención de Morel, una novela de amor y soledad contada con los recursos de la ciencia-ficción, que fue publicada en 1940 y que desde entonces se ha convertido en un texto casi mítico, un ejemplo clásico de la literatura fantástica en idioma español, mucho más grande para nuestras letras de lo que su extensión (126 páginas en la edición de Alianza Editorial) haría suponer.

El escritor argentino Adolfo Bioy Casares, autor de la obra, consideró que las primeras palabras de esta novela («Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.») debían tomarse también como las primeras de su producción literaria: «Tengo seis libros anteriores que creo que son los peores seis libros del mundo», comentó en alguna ocasión, y siempre se negó a su difusión o a comentarlos.

Jorge Luis Borges, íntimo amigo y colaborador de Bioy, apadrinó La invención de Morel con un prólogo que ya resulta inseparable de la propia novela, y del que destacaré dos momentos significativos que desde luego comparto. Habla Borges: «El temor de incurrir en prematuras o parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas delicadas sabidurías de la ejecución».

Creo que así debe ser. No hay que revelar apenas nada de la novela, porque aunque a los sesenta y ocho años de su publicación es ya suficientemente conocida, es también uno de esos libros que casi nos hace sentir envidia de quienes no lo han leído aún y van a poder experimentar por primera vez, si así lo desean, el asombro de adentrarse sin apenas referencias en su belleza rara e inquietante.

Y acaba Borges su prólogo: «He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta.»

La invención de Morel es, en efecto, una novela perfecta. De amor y soledad, como ya señalamos, pero también de fantasía, de aventura, de reflexión sobre la inmortalidad y sobre las fronteras entre lo real y lo aparente.

De manera sabiamente premonitoria (no olvidemos cuándo fue publicada la obra), Bioy nos hace pensar en la fascinación que produce la tecnología: envuelve al fugitivo protagonista, y a nosotros con él, en imágenes sugerentes y devoradoras, de cuyo poder de seducción ya no está claro que sepamos (o ni siquiera que queramos) escapar.

En cualquier caso, ya veamos en ella una fábula de amor trágico, o una especulación sobre los límites entre el mundo real y el virtual, o bien la sagaz mezcla de ambas cosas, La invención de Morel nos va a llevar en volandas desde su milagro inicial hasta la maravillosa y bellísima súplica con la que concluye.


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El marqués y su mujer
están contentos los dos:
ella se fue a ver a Dios,
y a él lo vino Dios a ver.

(Epigrama citado por Manuel Alcántara en su artículo Cantar derrota)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES


«Cualquier carretera», ha dicho Carlyle, «esa misma carretera de Entepfuhl, te llevará hasta el fin del mundo.» Pero el fin del mundo, desde que el mundo se ha acabado dándole la vuelta, es el mismo Entepfuhl de donde se ha partido. En realidad, el fin del mundo, como el principio, es nuestro concepto del mundo. Es en nosotros donde los paisajes tienen paisaje. Por eso, si los imagino, los creo; si los creo, existen; si existen, los veo como a los otros. ¿Para qué viajar? En Madrid, en Berlín, en Persia, en la China, en ambos Polos, ¿dónde estaría yo sino en mí mismo, y en el tipo y género de mis sensaciones?
La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

(Fernando Pessoa: Libro del desasosiego, 347)

miércoles, 25 de junio de 2008

MI PRIMER ORGULLO


ESTE SÁBADO, DÍA 28 DE JUNIO A LAS 23h. CELEBRAREMOS CON VUESTRA ASISTENCIA EL "PRIMER ORGULLO EN LA FOIA". GAYS, BOLLOS, HETEROS Y CONFUNDIDOS: SOIS BIENVENIDOS!!!

jueves, 19 de junio de 2008

lunes, 16 de junio de 2008

Caipiroska DI FRAGOLA




Es una variante de la caipiroska hecha a base de fresas naturales ( planta del género Fragaria, nombre que se relaciona con la fragancia que possen).

La composicion es sencilla :

2 o 3 fresas
2 sobres de azucar
1/3 de vozka
Hielo pile hasta completar

Se prepara directamente en un vaso old-fashioned machacando las fresas con el azucar, a continuacion se le añade el hielo y por ultimo la vodka.

Se sirve con pajita y cuchara, es un cocktail dulce y muy vistoso.

jueves, 5 de junio de 2008

IGNATIUS






















Ignatius es un antihéroe. Sin embargo, no tiene el prestigio ni la apariencia de otros antihéroes: es un treintañero obeso y bigotudo, desagradable, inadaptado, egocéntrico, que tiene serios problemas intestinales y se siente aterrado por la gente, por sus vecinos, por el trabajo, por la sociedad entera. Vive en Nueva Orleans con su madre, una anciana estrafalaria aficionada a los bolos y con una acusada querencia hacia las bebidas alcohólicas.

Ignatius es, claro, Ignatius J. Reilly, uno de los más memorables personajes del censo literario de todos los tiempos y el omnipresente protagonista de “La conjura de los necios”, la novela de John Kennedy Toole que toma su título de esta cita de Jonathan Swift: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.

E Ignatius J. Reilly es, a su modo, un genio. A ratos repugnante, si se quiere; infantiloide, caprichoso y desquiciado, pero un genio que lucha por lograr un mundo mejor desde el ámbito reducido e inmundo de su habitación.

Medievalista en paro, vive en una época que no es la suya y en la que, según él, brillan por su ausencia la Teología, la Geometría, el Buen Gusto y la Decencia. Añora tanto el oscurantismo de la Edad Media como la organización de aquella sociedad, y escribe su ideario político-religioso en decenas de cuadernos “Gran Jefe” que esparce por su habitación con intención de recopilarlos un día y asombrar al mundo con la publicación de su gran obra maestra.

No obstante, se verá arrastrado cruelmente a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía borracha. Forzado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, irá conociendo a una multitud de personajes disparatados a los que el autor retrata con una mezcla de comicidad y amargura que acaba siendo angustiosamente real.

Ignatius J. Reilly es ya un clásico, un personaje construido magistralmente, hasta el punto de tener una estatua propia en la calle Iberville 800 de Nueva Orleans, ciudad natal del autor.

John Kennedy Toole se suicidó en 1969 porque su novela fue rechazada por una editorial tras otra. Tenía 31 años. Gracias al incansable peregrinar de su madre, Thelma Ducoing, y al ojo crítico del periodista Walker Percy, el texto se publicó en 1980, once años después. La reacción de los críticos fue unánime, y en 1981 ganó el premio Pulitzer.

“La conjura de los necios” es una novela desternillante y mordaz, un fresco social que caricaturiza lo cotidiano hasta extremos delirantes y provoca carcajadas con inquietante regusto amargo. Un libro de culto, ácido e insolente, tan genial como imprescindible.


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En un raro quietismo,
cuando el alma en reposo no sosiega,
salíme de mí mismo,
y el ánima andariega
no sé si fuese a Suecia o a Noruega.

(Jorge Llopis, “Las mil peores poesías de la lengua castellana”)

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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES








Y volviéndose a Sancho, le dijo:
─Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
─¡Ay! ─respondió Sancho llorando─. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver.

(Miguel de Cervantes: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, II, LXXIV)

jueves, 22 de mayo de 2008

MOJITO


Este fue el trago preferido de Ernest Hemingway, famoso escritor americano que tenia su casa en la Finca Vigia, en el municipio San Francisco de Paula en La Habana, al que le servían este trago en la Bodeguita del Medio, su lugar preferido. Se piensa que fue inventado en este restaurante, pero los cubanos ya lo hacían antes de la aparición del local.

Ingredientes:
½ de ron blanco
½ de club soda o agua mineral
2 sobres de azúcar
Hielo picado
1 ramita de hierba buena
1 cucharada de jugo de limón

Enlace de interes con videos aclarativos: http://wikipedal.lapapelera.org/Mojito

martes, 6 de mayo de 2008

CAIPIROSKA

El segundo combinado del recetario cábalero es la caipiroska:

Para disfrutar de este cocktail, de la familia de la caipirinha, basta sustituir la cachaça por la vodka y el azúcar de caña por el azúcar blanco.

Se trata de un trago de degustación pausada e ideal para tomar a la fresca.

Ingredientes:

Medio limón troceado.
Dos sobres de azúcar blanco.
1/3 de Vodka
Hielo pilé hasta completar.

Combinado ideal para combatir el calor (de la estepa rusa ;)

RETRATOS EN LA CÁBALA

A veces para describir las cosas sobran los adornos, y simplemente basta con mostrarlas como son.
Estas obras pretenden mostrar una de las múltiples facetas de la pintura, el retrato. En esta exposición podemos encontrar plasmados una série de miradas que reflejan la expresión de la vida misma, representados por mi particular manera de entender la pintura figurativa.

Espero que estos meses de trabajo y dedicación logren suscitar una pequeña pincelada de atención en el espectador...


Vincent Company van der Spek.

A partir del 1 de Mayo en la Cábala café.

domingo, 4 de mayo de 2008

VIVIR EN LOS ÁRBOLES. Por Temperado



VIVIR EN LOS ÁRBOLES




Eso es lo que hace Cósimo Piovasco di Rondò, El barón rampante de la novela de Italo Calvino (que constituye, junto con El vizconde demediado y El caballero inexistente, la trilogía Nuestros antepasados).

El barón rampante es muchos libros a la vez: una fábula y un libro de aventuras; un libro humorístico y un libro filosófico; un relato que transcurre a caballo de los siglos XVIII y XIX (se inicia el día 15 de junio de 1767), que se publicó en el XX (1957) y que mantiene plena vigencia en el XXI, porque en la peripecia del baroncito que con doce años decide trepar a una encina en un gesto de rebeldía, acabamos reconociendo algunos rasgos de nuestra propia vida, de todas las vidas: esa mezcla de anhelos y decepciones, de fracasos y triunfos, de dudas y certezas, que va conformando las convicciones y el carácter de cada quién.

El autor manifestó en una entrevista cuál era el tema de su novela: “Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí ni para los otros”. Así enunciado, el asunto parece meridianamente claro, cartesiano: una vez fijada la regla, por difícil que sea, sólo hay que seguirla...

Pero el barón (y sus lectores) va experimentando que no todo está tan nítidamente definido, es más, que las contradicciones y las paradojas van poco a poco inundando ese ámbito arbóreo del que ya nunca descenderá: no se desentiende del mundo que queda a sus pies, pero ha entrado en otro mundo; es un hombre de su tiempo, que asiste a los sucesos importantes y se relaciona con personajes ilustres, pero sabe que desde la altura en la que vive, todo se ve de otro modo y parece más pequeño. Resulta, en fin, que para estar de verdad con los otros, ha de estar separado de los otros.

La lectura de El barón rampante produce una primera impresión de facilidad que poco a poco se va enriqueciendo con alusiones, sugerencias y guiños al lector, todo ello revestido de una permanente y sabia ironía.

Personalmente, me gustan mucho dos momentos del relato: el capítulo XII, que esconde tras su apariencia burlesca uno de los más enternecedores homenajes que se hayan rendido nunca a la literatura; y el espléndido final, que resuelve limpiamente la dificultad que supone concluir de modo coherente los avatares de Cósimo Piovasco di Rondò, un hombre que decidió vivir en los árboles y que prolongó su testarudez inicial en un incansable “sostenella y no enmendalla” que nos produce admiración por lo que supone de plenitud y fortaleza moral.

En efecto, creo que a la postre el barón acaba por ganarse nuestro cariño de tal modo, que casi nos tienta pensar (a Italo Calvino le parecería esto una herejía) que habría conseguido ser él mismo aunque hubiera decidido finalmente descender de los árboles.

Al fin y al cabo, creo que todos conocemos personas que son ellas mismas aquí abajo, ¿no?... Lo de si son muchas o pocas, ya es otro cantar.


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Por cuestiones de matiz
tengo una duda esta tarde:
¿Cómo demonios se diz?
¿Se diz “Velarde y Daoíz”,
o “Daoíz y Velarde”?

(Cada uno celebra el bicentenario del 2 de mayo como quiere o puede)


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ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES

La mayoría de las personas que conocemos no nos inspiran más que indiferencia; de modo que cuando en un ser depositamos grandes posibilidades de pena o de alegría para nuestro corazón, se nos figura que pertenece a otro mundo, se envuelve en poesía, convierte nuestra vida en una gran llanura donde nosotros no apreciamos más que la distancia que de él nos separa.

(Marcel Proust: En busca del tiempo perdido / 1. Por el camino de Swann)



miércoles, 23 de abril de 2008

CAIPIRINHA

La caipirinha era, a principios del siglo XX, la bebida tradicional del caipira, el agricultor brasileño. Importada a Europa a fines de la década de 1970, ha sido la mezcla que ha dado a conocer la Cachaza, es decir, el Aguardente de Canha brasileño.


Es un combinado refrescante a base de azúcar de caña, lima o limón, cachaza y hielo pilé (picado). Se sirve en vaso ancho acompañado de una cucharilla y pajita corta.

La caipirinha y el Carnaval de Río son dos tradiciones brasileñas que han conquistado el mundo.


ENLACES: http://www.cachacastore.com
http://www.cachacagabriela.com.br/english/caipirinha_receta.php

FUENTES: http://es.wikipedia.org/
Guía de cócteles TPI.
Fundador de la Cábala café.

jueves, 10 de abril de 2008

LIBROS NO ELECTRÓNICOS

LIBROS NO ELECTRÓNICOS

por Temperado



Una sección de libros en la que no se recomiendan libros.

Una sección de libros en la que no hay templarios, ni códigos, ni catedrales, ni sábanas (santas o no), ni siquiera biblias.

Una sección de libros sin libros de autoayuda, porque a veces la única ayuda la proporcionan los libros.

Una sección de libros que a lo mejor, o a lo peor, no parece una sección de libros.

Una sección de libros en la que ni siquiera importa la cantidad de libros que leas o hayas leído.

Una sección de libros porque esto de la vida viene sin libro de instrucciones.

Una sección de libros, en fin, porque sí. O quizás porque... ¿por qué no?



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DIDASCALIA DEL PRÍNCIPE ACUCIOSO

Seca gatos y peces
si ve gatos mojados.
Viendo peces enjutos,
moja peces y gatos.

(Rafael Sánchez Ferlosio, de quien alguien dijo que es el hombre que más sabe de cosas que no sirven para nada.)

jueves, 28 de febrero de 2008

ST. PATRICK'S DAY



Queridos Cabaler@s:

Como ya os hemos venido anunciando de un tiempo a esta parte, hemos creado un espacio en Internet en el que encontraréis fotos, noticias y enlaces referentes a La Cábala. Además, tenemos previsto realizar diversas actividades como exposiciones y celebraciones a lo largo de este año, de los cuales podréis estar puntualmente informados a través del blog o a través de esta dirección de correo.

Sentiros libres de poner cualquier comentario, sugerencia o propuesta, ya sean politicamente correctas o todo lo contrario. Poco a poco iremos subiendo todas las fotos de los cabaleros (paciencia, por favor, estamos hablando de 10 años de actividad) y desde aquí os animamos a que nos enviéis vuestras fotos.

Y por último, queremos inaugurar el blog con la próxima fiesta: ST. PATRICK'S DAY, el 16 de marzo a partir de las 18:30h. Para quién no lo sepa, San Patricio viene cargado de regalos y de cerveza... como Papá Noel, pero a lo hard... jejeje

Aquí va el enlace del blog: www.lacabalacafe.blogspot.com

Gracias por vuestra colaboración.
Nos estamos viendo...

jueves, 14 de febrero de 2008

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Está muy bien eso de los foros de internet, los blogs y demás, donde la peña deja comentarios de cualquier tema. Nosotros, sin embargo, no queremos perder las buenas costumbres de antaño y, además de habilitar este blog, ponemos a vuestra disposición una pizarra de las de verdad, con su sucia tiza y su borrador maltrecho para que podáis comunicar pequeñas porciones de sabiduría popular a los parroquianos de La Cábala Café.

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