miércoles, 3 de junio de 2009

BENEDETTI por TEMPERADO




BENEDETTI


Cuando algunos lectores nombran a don Mario, puede que se refieran a Mario Vargas Llosa. En mi caso, nunca ha sido así ni, con todo el respeto que merece el gran novelista peruano, lo será nunca. Don Mario, “mi” don Mario es, claro, Mario Benedetti.

El uso del posesivo no implica presunción, ni tampoco afán de posesión alguno. Al contrario, creo que Benedetti tiene la habilidad de lograr que cada uno de sus lectores tenga “su” don Mario, “su” Benedetti particular, convertido en buen amigo, en “amigo del alma” a fuerza de dar en sus poemas la impresión de conocer nuestros sentimientos, nuestra intimidad, desde mucho tiempo atrás.

Este uruguayo de la llamada Generación del 45, cuya vida, según él mismo confesó, no fue fácil, que sufrió un duro exilio de diez años (1973-1983), que hubo de soportar la muerte de su mujer, Luz, tras sesenta años de matrimonio y que repartió sus últimos años a caballo de su asma entre Madrid y Montevideo, falleció en esta última ciudad el pasado 17 de mayo (día de San Pascual Bailón, como referencia ibense, y día de la Reforma Agraria y del Campesinado en Cuba, donde estuvo exiliado en 1976).

Don Mario se nos ha muerto, pero no se ha ido. No se nos ha ido. Si aciertan quienes dicen que nadie muere del todo en tanto alguien lo recuerde, Benedetti seguirá vivo durante siglos. No creo que sea exagerar. Seguirá vivo por su honradez, por su honestidad, por su compromiso social y político. Seguirá vivo por su prolífica obra, traducida a más de veinte idiomas y reconocida con múltiples galardones y premios.

Pero sobre todo seguirá vivo por su humanidad, por su bonhomía, por su cercana calidez. Por haberse convertido en el poeta del amor para miles de jóvenes que sabían y saben sus poemas de memoria, que los anotan en carpetas escolares y los recitan en charlas con sus amigos o los susurran al oído de sus novias, que también los conocen. Ese Benedetti de lo cotidiano, cuya poesía coloquial se nos acerca con franqueza e incluso a veces con timidez, el Benedetti del humor cómplice y de la ternura que sabe hurgar en los adentros, ése quizás no llegue a morir nunca.





Al iniciar la andadura de estos “Libros no electrónicos” afirmamos que ésta era una sección de libros en la que no se recomendaban libros. Así ha sido hasta ahora: se ha hablado de libros, pero sin recomendar explícitamente ninguno de ellos. Seguiremos así, aunque hoy, como homenaje, y aun a riesgo de resultar entrometidos, sí queremos hacer una recomendación fervorosa: lean a Benedetti, vean a Benedetti, escuchen a Benedetti... compartan un rato de su vida con Benedetti. Y ahora viene el tópico (aunque ya se sabe que los tópicos existen para ser desnudados): háganse ese favor; no se arrepentirán. Da igual el título del libro que escojan, da igual un libro entero que un fragmento, lo mismo da la prosa que la poesía.
Den “Gracias por el fuego”, vean a Héctor Alterio en “La tregua”, constaten con Serrat que “El sur también existe”, canten con Nacha Guevara los “Poemas de la oficina”, escúchenlo “A dos voces” con Viglietti, lean un cuento (“La noche de los feos”) o un poema en voz alta (“Viceversa”, “No te salves”, “Nuevo canal interoceánico”).

Y si les da pereza (que no creo), recalen en el breve Benedetti de las citas ("Un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo.") o de los haikus
("Me gustaríamirar todo de lejospero contigo.")



* * * * *




Se nos murió don Mario.
¡Pucha! digo...
y quedamos
jodidos y radiantes.

M.





* * * * *



ALGO DE LOS GRANDES, GRANDES




LINGÜISTAS


Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.


De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:


—¡Qué sintagma!

—¡Qué polisemia!

—¡Qué significante!

—¡Qué diacronía!

—¡Qué exemplar ceterorum!

—¡Qué Zungenspitze!

—¡Qué morfema!


La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: "Cosita linda".


Mario Benedetti (“Despistes y franquezas”, 1989)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Personas como Benedetti, me reconcilian con la vida. Te quiero Benedetti.

Anónimo dijo...

Con un mínimo de sensibilidad, es imposible leer a Benedetti, sin emocionarse. Tengo que agradecerle a este gran hombre y escritor, momentos absolutamente maravillosos. Si alguien se anima a leer algo sobre él, estoy segura (o casi) de que disfrutará y sobre todo se emocionará.Don Mario se ha ido físicamente, pero siempre estará conmigo.

El tabernero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
El tabernero dijo...

Que pena que la industria cultural que más facture sea la del video-juego.


En ciertos oasis el desierto es sólo un espejismo.
Mario Benedetti

El tabernero dijo...

LOS JUEVES,
TU LIBRO
PALABRAS
TERTULIA
SIEMPRE...